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Columna
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¿Qué votará el 15-M?

En la mañana del 14 de marzo de 2004 cubrí informativamente un colegio electoral de la Gran Vía de Valencia en aquellos traumáticos comicios generales tres días después de los atentados. En la puerta me crucé con una pareja de mediana edad que acababa de votar. Por los atuendos y el barrio, me parecieron electores conservadores. Pero el gesto de cuenta saldada que hizo el hombre al reintroducir el DNI en su cartera junto con un contundente "Hala, arreglado", me animaron a pensar que aquella persona no había apoyado a su partido de siempre sino, aunque fuera por una vez, a los socialistas, el adversario. Es muy probable, en efecto, que el PSOE ganara aquellas elecciones con votos de sentido común prestados por votantes del PP.

Una cosa está clara. Las elecciones del 20-N no van a escindir a los indignados

Ahora hay una gran bolsa de votos de sentido común englobados bajo lo que llamamos el 15-M o los indignados. El número de estos en España es difícil de cuantificar. No hay que contar solamente a los que estuvieron en las plazas, ni a los asistentes a las manifestaciones masivas del 15 de mayo y 19 de junio, ni a los desahuciados y morosos de las hipotecas, ni a buena parte de los parados, ahora también son indignados conscientes los profesores de la enseñanza pública que ven deteriorada la calidad de su trabajo, los padres de los alumnos de estos centros, el personal sanitario sin plaza de interino, los pacientes que no han sido atendidos en un plazo razonable, sus familiares directos... el volumen de población indignada no deja de crecer y podríamos situar su techo actual, tranquilamente, en varios millones de electores.

Este dato lo manejan con aparente naturalidad los dos partidos mayoritarios. Los dirigentes del PP simulan que con ellos no va la cosa y confían en que el grado de indignación de sus propios votantes no ponga en riesgo la fidelidad a las siglas. Los socialistas, por su parte, han introducido algunos aromas del 15-M en el programa y esperan que la movilización popular olvide el nombre del partido que inició los recortes.

Lejos de lo que escucho en alguna tertulia sabionda, el 15-M no solo no está enterrado sino que prepara su irrupción de nuevo en la campaña electoral que se avecina. Su núcleo más activo ha organizado otra fecha mágica, el 15-O, que unió a indignados de todo el planeta en busca de Un cambio global. Pero una reunión estatal del 15-M está en ciernes para discutir la estrategia antes las elecciones generales.

Es bastante difícil que esta movilización propugne inequívocamente el voto hacia un solo partido, incluso que propugne el ejercicio del voto en general. Pero también podría señalar con el dedo a los partidos que no han recogido sus reivindicaciones y por tanto pida que no sean apoyados en las urnas. A día de hoy el debate se centra entre la abstención pura y dura que pide el sector libertario; el voto en blanco, que fomentan los escépticos y neutrales, y el voto a los partidos minoritarios por el que pugnan a la chita callando izquierdistas, ecologistas, nacionalistas y reformistas. En esta sopa de impulsos, Esquerra Unida parte con ligera ventaja y ha introducido en las listas a personas vinculadas públicamente con el 15-M de Valencia. Compromís vuelve a sonar en los corrillos pero, por el carácter de estas elecciones, quizá con menos eco que en las pasadas autonómicas. Equo, el partido ecologista de reciente creación, es bien recibido pero todavía una incógnita. Y Unión Progreso y Democracia no ha salido de la clandestinidad dentro del movimiento.

Una cosa está clara. Las elecciones del 20-N no van a escindir a los indignados. En la memoria colectiva ha quedado una de aquellas vísperas electorales de mayo en que una joven cogió el micro en la plaza y, delante de varios miles de personas, explicó todas las opciones que se abrían ante la urna: desde el boicot hasta el voto útil. Todas son respetables, me pareció oír, y la gente creaba flores en el aire.

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