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Reportaje:

Despega el nuevo Lavacolla

La dirección del aeropuerto destaca la normalidad de un primer día en que pasajeros y trabajadores no ven clara la necesidad de la nueva terminal

Son las cinco y media de la mañana en Lavacolla. En la cinta de facturación las maletas circulan llenas de ropa, los pasajeros que hacen cola en el control de seguridad ya no son de atrezo y tras la inmensa cristalera un avión de Iberia espera para despegar. Se acabaron los ensayos en la nueva terminal de Santiago. Con 54 operaciones previstas, la primera jornada transcurre, según Luis Rey, director del aeropuerto, "con total normalidad". "Un gran día para Galicia" lo define José Blanco en las "modernas instalaciones" antes de subir al IB-0565 con destino a Madrid.

Ajeno a la versión oficial, tras los mostradores de la primera planta, el personal que da la bienvenida a los primeros viajeros no encuentra consenso al evaluar la infraestructura. Elena es una de las caras de Ryanair en Lavacolla. Ve el edificio "grande, moderno y necesario". "Antes las zonas de embarque solían saturarse" recuerda. Unos metros delante de ella, en la ventanilla de facturación número cinco de Iberia, una azafata de la competencia que prefiere ocultar su identidad, mantiene ideas distintas. Después de 20 años de cara al público, sentencia que la terminal "no era una obligación". "La otra era grande y la mitad estaba cerrada. Es absurdo gastar así un dinero que no sobra".

Algunos usuarios se quejan de la mala señalización de las instalaciones

Azucena lleva 10 años atendiendo a los usuarios de Air Europa y considera que Lavacolla "se quedaba antigua". "Al estar todo mezclado había una falta de información para el pasajero". "Esto sí es un aeropuerto", concluye. Sin embargo, al plantearse la necesidad de unas "instalaciones punteras" como las definió Luis Rey, titubea. "Urgía una ampliación, pero tampoco tan grande".

En el veredicto de los pasajeros, la tendencia es la misma. María viene a buscar a su hermana, que llega de Madrid. "¿Esto son las salidas o las llegadas?" pregunta perdida, al tiempo que lamenta que la señalización "no está muy bien". Alberto, de A Coruña, es uno de los 7.000 pasajeros que la dirección del aeropuerto estima pasaron ayer por Lavacolla. Viaja con su madre a Madrid, y de ahí a Francfort. Ve la terminal "necesaria pero no imprescindible", ya que "en crisis hay más en qué invertir el dinero". Aun así, rompe una lanza a su favor. "Las instalaciones son más cómodas que las anteriores, pero echamos en falta algunos bancos".

De la misma opinión son Begoña y Baruc, una pareja que madrugó para coger un vuelo rumbo a Las Palmas acompañados de su labrador retriever. Consideran que, a no ser que se abran más vuelos, la terminal "no era tan urgente como la pintaban". Para Alexander, trabajador de una empresa de embalaje de maletas esto solo sería posible "si cerrasen Peinador y Alvedro" (cuyos pasajeros se redujeron este año un 8,2% y un 6,2% respectivamente) y el de Santiago, con un aumento del 17,8%, "fuera el único aeropuerto de Galicia".

También hay pasajeros encantados con el resultado. Osvaldo tiene casi la misma edad que Lavacolla, 72 años. Recuerda cuando de niño subía andando para ver despegar los aviones. Ahora mira orgulloso las nuevas instalaciones. "Esto antes no era nada. Es enorme, Santiago lo necesitaba", concluye mientras comprueba como su maleta sobrepasa los límites del medidor de equipaje de mano de Ryanair. Por su lado camina, lento, el vendedor de Loterías del aeropuerto. "No me hables" dice resignado, sin pararse. "Esto es demasiado grande. Llevo 25 años trabajando aquí y no había tantos pasajeros como dicen". Sus palabras se pierden entre el cemento de la terminal. "¡Lotería, hoy es un buen día!".

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