El callo
La exdirectora de la Caja de Ahorros del Mediterráneo ha sido denunciada por estafa. Ajá. Un excargo de la SGAE, detenido por gastar 40.000 euros de la sociedad para pagar prostitutas de lujo en solo siete meses. Vaya. El sheriff Ginés Jiménez, el turbio exjefe de policía de Coslada implicado en una supuesta trama delictiva policial, suma una nueva petición fiscal de cuatro años de cárcel. Glup. El penúltimo escándalo de corrupción marcha viento en popa, esta vez en Galicia, y ya han dimitido el pepero Pablo Cobián y Fernando Blanco, del BNG. Cáspita. Con imprudencia boba e indigna de la mujer del César, José Blanco mantiene estrafalarias citas en gasolineras con (supuestos) chorizos. Abracadabrante.
Todo esto, y más, venía en las páginas de un solo periódico de hace un par de días. Por todos los santos, es que a una ya no le da tiempo a ponerse al día en la delincuencia nacional. Abundan de tal manera los fraudulentos que no tenemos suficientes reservas de indignación para repartirlas equitativamente. Nos está saliendo callo en las entendederas, que es de lo peor que puede suceder en materia ética: llegará un momento en que todo nos resbale. Como al parecer les resbaló a los votantes valencianos el caso Gürtel, tan plagado de relojes de oro y de indeseables. De hecho, las urnas no parecen cobrar la corrupción ni en Valencia ni en el resto de España. Puede que nuestra sociedad siga admirando al estafador y encontrando listísimo al trilero (por algo somos los inventores de la picaresca). O quizá la corrupción esté tan extendida, tan asentada en una amplia trama de amigos, familiares y clientes, que buena parte del electorado saque tajada (por algo la palabra nepotismo viene del papa Borgia, que, ya es casualidad, era de Valencia). Sea como fuere, ¿qué vamos a hacer el 20-N? ¿Y después? ¿Seguiremos endureciendo el callo o reaccionaremos?
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