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Columna
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Un (triste) día histórico

Demasiado a menudo la clase política ha contribuido a señalar días históricos que no lo eran. Curiosamente, no ha habido el mismo interés para declarar el viernes 7 de octubre de 2011 como un (triste) día histórico para A Coruña y para Galicia. El Banco Pastor, que en su día fue más grande que el Santander, termina engullido por un banco mediano, el Popular, ligado al Opus Dei. Triste final y triste fiesta del Rosario en la ciudad sede del banco, que ahora deberá digerir la pérdida de Caixa Galicia y del Banco Pastor, los emblemas del poder financiero de A Coruña y de Galicia, cuando solo queda la remota esperanza de que las grandes fortunas gallegas den un puñetazo en la mesa, algo que si quieren aún pueden hacer. Poderío no les falta, otra cosa es que decidan hacer una apuesta de país y no solo financiera.

Galicia nunca había tenido tantas fortunas pero tampoco nunca menos poder financiero

Pero vayamos por partes: ¿por qué cae el Banco Pastor? No es por nada, pero algunos alertamos a tiempo del desastre financiero que se avecinaba en Galicia, mientras otros seguían regalando elogios y haciendo caja. Ahora los hechos están a la vista y ya no se puede engañar a nadie. El Pastor de José María Arias cae tras haber suspendido, con los criterios europeos, las pruebas de resistencia realizadas por la Autoridad Bancaria Europea, y también por ser el banco español con una mayor exposición al riesgo inmobiliario. De hecho, el equipo de Arias llevaba mes y medio hablando del asunto en Madrid y ayer, de la mano del Banco de España, le dio el pase a un banco que había hecho grande Pedro Barrié de la Maza y que su viuda, Carmela Arias, había conseguido mantener en pie con muchos sacrificios, como la venta de importantes empresas participadas, entre ellas joyas como las antiguas Gas Madrid o Fenosa.

Digamos que el Pastor estaba en las últimas y que desde hace tiempo eso no era un secreto en el mercado financiero. Tenía a su favor que entre sus accionistas están grandes fortunas, como Amancio Ortega, y un núcleo duro en torno a la Fundación Pedro Barrié de la Maza, pero nadie contaba con una recapitalización, básicamente por dos razones: Ortega no tiene vocación de financiero y el tamaño del banco exigía ganar en dimensión, ya que en el actual contexto de crisis se tiende a entornos de al menos 100.000 millones de euros en activos, nivel del que el Pastor está a años luz.

A su problema de bajo margen de negocio, agravado por el encarecimiento del pasivo, el Pastor sumaba el lastre de una elevada morosidad en su cartera crediticia, muy visible a pesar de las habilidades contables para disimularla. Por el contrario, también es verdad que los reguladores cometieron una injusticia con este banco al no computarle una emisión de convertibles. Pero bueno, tampoco se hubiera salvado con eso. Ahora se ve abocado a una absorción por el Banco Popular, que es 4,6 veces más grande que el Pastor en activos y que en Bolsa vale seis veces más.

Estos días mucha gente ha puesto el grito en el cielo al filtrarse las millonarias indemnizaciones que se llevaron ex directivos de las antiguas cajas gallegas. Es lógico y es grave, pero no nos engañemos: no es lo más trascendental para Galicia. Lo realmente grave es la pérdida de las entidades financieras y de los dividendos sociales que venían produciendo tanto en beneficio de la Fundación Barrié como de las obras sociales y culturales de Caixa Galicia y Caixanova.

Un país sin instituciones financieras propias nunca puede ser un país fuerte. Galicia tenía un sistema financiero muy importante, construido durante décadas, casi siglos, y lo ha perdido en unos días. Pero hay esperanza, si se quiere que la haya. Depende de sus grandes fortunas y de la credibilidad de sus políticos. El proyecto que encabeza José María Castellano puede acabar en manos de otra entidad o del capital extranjero, pero también cabe la opción de que personas como Amancio Ortega, Manuel Jove o Rosalía Mera -por citar a los tres más adinerados- den un paso adelante. En este pequeño país se da la paradoja de que nunca tuvo tantas fortunas ni nunca tuvo menos poder financiero. Ni en la dictadura ni en la democracia. Puede parecer injusto responsabilizar a esas personas de reparar las desfeitas provocadas por otras, pero llegados a este punto de desesperación menos mal que aún queda a quien recurrir.

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