Israel y Palestina en la ONU
El triste espectáculo del aislamiento de Israel durante el debate sobre el Estado palestino en Naciones Unidas es reflejo del maremoto político que los detractores del primer ministro, Benjamín Netanyahu, habían advertido que se produciría si Israel no proponía una iniciativa de paz valiente. Pero, sobre todo, los discursos de los dos adversarios, Netanyahu y el presidente palestino Mahmud Abbas, en la Asamblea General de la ONU, demuestran que cualquier iniciativa para que las partes vuelvan a la mesa de negociaciones puede ser inútil.
Los discursos no construyen la paz, pero sí pueden estropear sus perspectivas. Netanyahu y Abbas volvieron a demostrar que los juegos políticos en torno al "proceso de paz" han hundido la causa de la paz. Los dos dirigentes exhibieron durante sus discursos una indiferencia total hacia las preocupaciones reales de la otra parte y se limitaron a contentar a sus respectivos públicos, incluidos Hamás y los colonos israelíes, y con ello dejaron claro, urbi et orbi, que la distancia que separa sus respectivas posiciones sigue siendo imposible de reducir.
La campaña de ampliación de asentamientos en Cisjordania es insensata
Netanyahu no fue capaz de reconocer los pecados de la ocupación, ni siquiera de expresar la menor empatía con la tragedia palestina de vivir desposeídos y dispersos. La insensata campaña de ampliación de asentamientos en Cisjordania emprendida por Israel no mereció ni una pizca de examen de conciencia por su parte.
En realidad, el llamamiento de paz de Netanyahu será siempre un montón de palabras huecas mientras continúe pensando que, para solucionar las legítimas preocupaciones de seguridad de Israel, es necesario seguir ocupando grandes partes del futuro Estado palestino. El Valle del Jordán y las colinas de Judea y Samaria son, sin duda, lugares estratégicos para un país que tiene de ancho la longitud de una avenida de Manhattan. Pero la respuesta podría consistir en la desmilitarización, el despliegue de una fuerza internacional y unas medidas de seguridad muy estrictas. No podemos seguir pensando que la preocupación por la seguridad es una licencia para la expansión territorial.
En su deseo de dar lecciones elementales de historia, Netan-yahu se niega a reconocer la validez de un punto de vista fundamental. En vez de interpretar la victoria de Israel en la Guerra de los Seis Días de 1967 como un permiso para anexionarse territorio, debería ver ese triunfo como un momento trascendental que sentó las bases para firmar la paz con todo el mundo árabe si Israel se retira de las tierras ocupadas. Este principio quedó estipulado en la iniciativa árabe de paz de 2002 y, con anteriori-dad, en los acuerdos de paz de Israel con Egipto y Jordania.
Es decir, quien aspire a ayudar a las dos partes a alcanzar un acuerdo debe tener en cuenta que las fronteras territoriales no son más que un aspecto de este conflicto, y no necesariamente el más controvertido. A diferencia de lo que ocurrió en la paz con Egipto (y, esperemos que ocurra en la paz con Siria), las causas del conflicto entre Israel y Palestina no son una mera disputa de bienes raíces.
Como demostró el debate en las Naciones Unidas, lo que está en juego es un choque de relatos nacionales irreconciliables. Egipto solo tuvo que conceder a Israel el reconocimiento político, pero a los palestinos se les pide que acepten su legitimidad moral, los vínculos judíos con Tierra Santa y, por consiguiente, la milenaria reivindicación judía de poseer su Estado en una tierra que los palestinos consideran históricamente propia.
En el discurso de Abbas ante la ONU no hubo ni una palabra ni una omisión que fuera accidental. Lo más llamativo fue de qué manera tan absoluta despreció el relato nacional más fundamental de Israel. Habló de Tierra Santa como origen del cristianismo y lugar en el que se encuentran los santuarios sagrados del islam, pero ignoró de forma deliberada las raíces bíblicas del judaísmo y el hecho de que Jerusalén fue el hogar de los reyes y profetas hebreos. Para los israelíes, esa omisión demuestra que ni siquiera los palestinos más moderados están dispuestos a aceptar la existencia de un Estado judío.
La negativa de Abbas a reconocer Israel como Estado judío -con el argumento de que eso sería traicionar a los 1,5 millones de ciudadanos palestinos que viven en él- confirmó una de las principales preocupaciones israelíes y alimentó los temores de los escépticos a que exista un plan oculto palestino a largo plazo para eliminar por completo el Estado judío.
La situación, sin duda, será desalentadora para las palomas israelíes y envalentonará a los halcones, que insisten en que no es posible avanzar hacia la paz mientras los palestinos no acepten inequívocamente que Israel es la patria nacional de los judíos.
El mensaje implícito de Abbas, que es que Israel no va a ofrecer nunca un trato justo a su minoría árabe, fortalecerá la imagen de Netanyahu como ardiente defensor de los intereses nacionales contra los ingenuos soñadores de la izquierda. Netanyahu no tiene más que presentar los argumentos de Abbas como prueba de que, para los palestinos, la paz con Israel no es más que el primer paso en una estrategia global cuyo objetivo es una Palestina que incluya todo Israel, con una población de mayoría árabe.
Incluso aunque, como está previsto, el Consejo de Seguridad rechace la petición palestina de plena incorporación a la ONU y acabe otorgándole la condición de país observador en la Asamblea General, Abbas ya puede presumir de victoria. Ha conseguido alterar el equilibrio de poder con Israel y Estados Unidos, al movilizar los amplios apoyos que suscita la causa palestina en la comunidad internacional. Si no fuera por su audaz iniciativa en Naciones Unidas, el Cuarteto (ONU, Estados Unidos, Unión Europea y Rusia) no se habría vuelto de pronto tan hiperactivo en la búsqueda de una fórmula para lograr que las partes vuelvan a la mesa de negociación.
Pero no se hagan ilusiones. Las acciones del Cuarteto no servirán para nada mientras las partes no cambien de actitud. Para construir la paz es preciso tener el valor de abordar las preocupaciones auténticamente importantes del otro bando.
Y en cuanto a los que desean hacer de intermediarios, tienen que dejar de ser "facilitadores". Tienen que considerarse accionistas y estar dispuestos a presionar y a retorcer brazos. Si se deja solos a los israelíes y los palestinos, nunca firmarán un acuerdo integral de paz.
Shlomo Ben Ami fue ministro de Exteriores de Israel y en la actualidad es vicepresidente del Centro Internacional para la Paz de Toledo. Es autor de Cicatrices de guerra, heridas de paz: la tragedia árabe-israelí. © Project Syndicate, 2011. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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