Salve rociera, melancolía en palacio
Cayetana Fitz-James Stuart se casa en Sevilla en ausencia de sus hijos Eugenia y Jacobo, y entre el escepticismo familiar - Alfonso Díez es el nuevo duque de Alba
Fue una boda triste, marcada por la ausencia de dos hijos. Fue una boda inusual, porque inusuales eran los novios: por un lado, una aristócrata con tantos títulos nobiliarios que alguna reina tendría que hacerle una reverencia a modo de saludo y con tantas tierras que podría cruzar España de norte a sur pisando solo sus fincas; por otro, un funcionario de la Seguridad Social que hasta la semana pasada vivía con un sueldo de 1.500 euros. Cayetana Fitz-James Stuart, duquesa de Alba, grande de España, se casó ayer a los 85 años por tercera vez. Lo hizo con Alfonso Díez, de 60 años y viejo amigo de su exmarido el fallecido Jesús Aguirre, y de quien dice sentirse muy enamorada.
Durante tres años Cayetana, mujer de carácter que presume de haber hecho toda su vida lo que le ha dado la gana, ha batallado contra familiares y amigos para lograr convertirse en señora de Díez, el título que más valora en el final de su vida, cuando los otros ya le sirven de poco. Hasta que se encontró con Alfonso Díez una tarde en un cine de Madrid, la duquesa de Alba era una mujer enferma y sola. Ahora se exhibe llena de energía y está dispuesta a marcharse de luna de miel con su tercer marido a Tailandia.
La novia intentó abstraerse de las ausencias y lo vivió como un triunfo
Carlos, duque de huéscar, llevó a su madre al altar, como con jesús aguirre
Pero a sus seis hijos la boda de su madre les sigue pareciendo un disparate. Se han opuesto durante tres años hasta que la duquesa, en un arranque de genio, decidió este verano repartir su fortuna personal para a continuación anunciar que se casaba.
Cayetana, por eso, ha vivido su boda como una victoria que ha llegado cuando han estado firmados todos los documentos, esos que ponen a buen resguardo el patrimonio de la Casa de Alba y delimitan el papel del nuevo duque, que lo será solo hasta la muerte de su esposa.
Sin embargo, la de ayer fue una victoria triste. Como triste, o melancólica, fue su propia boda, pese a que se pusiera a bailar descalza -con exhibición de esparadrapos incluida- una sevillana a las puertas del palacio de las Dueñas tras convertirse en señora de Díez. Y lo es porque su hijo Jacobo no le ha perdonado que llamara "mala y envidiosa" a su esposa, Inka Martí. Él le respondió ausentándose. De nada sirvieron las disculpas públicas de la duquesa.
El frente familiar también sigue abierto con el resto. Cayetano, el pequeño de los hijos varones, ha sido claro en días atrás: "No estamos de acuerdo con su boda, pero la acompañaremos", dijo. Así lo hicieron cuatro de ellos: Carlos, Alfonso, Fernando y el propio Cayetano. No estuvo Eugenia, a quien una repentina varicela dejó postrada en la cama de un hospital. La duquesa de Montoro siguió la ceremonia desde el Rúber de Madrid, donde fue ingresada a primera hora de la mañana.
Cayetana quería una ceremonia sencilla y familiar. En la capilla del palacio de las Dueñas se reunieron solo una treintena de familiares y amigos. Pero en las calles cercanas cientos de curiosos y periodistas se agolpaban para seguir el enlace. De fondo sonaron palmas y sevillanas en honor de los novios.
Sin embargo, la alegría del exterior no contagió el interior. La duquesa se mostró algo nerviosa durante la ceremonia y emocionada cuando el grupo Siempre Así cantó la salve rociera. Testigos de todo ello fueron cuatro de sus hijos, sus exnueras, sus casi hijos Francisco y Cayetano Rivera Ordóñez y el doctor Trujillo, el médico que la operó hace dos años y le dio la energía que le ha permitido llegar hasta aquí. También su inseparable Carmen Tello, que ejerció de madrina, mientras que su marido, el exmatador Curro Romero, firmaba como testigo (la novia se marcó un baile flamenco con el Faraón de Camas). Por parte de Alfonso, solo dos de sus ocho hermanos y una sobrina con su esposo, Felipe Zuleta, profesor de equitación de la infanta Elena. Carlos, duque de Huéscar y heredero de la Casa de Alba, llevó a su madre hasta el altar, como ya hizo en la boda con Jesús Aguirre.
Cayetana intentó abstraerse de las ausencias y vivió su boda como una victoria. La que ha logrado tras arduas disputas para lograr la aceptación de su matrimonio al que llega, dice, enamorada de un hombre que la quiere por ella y no por lo que tiene. Pasaban las dos de la tarde cuando Cayetana se asomó a las puertas del palacio de las Dueñas para mostrar al mundo a su nuevo marido. Por fin se había convertido en señora de Díez. Lo celebró en la calle bailando descalza y envuelta en una alegría que pareció algo forzada y que, desde luego, no había aparecido en palacio.
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