El retorno de la ambigüedad
Joan Ridao, el secretario general saliente de Esquerra Republicana (ERC), recordó ayer acertadamente en su discurso de balance y despedida ante el congreso del partido que el núcleo de dirección que en 1996 tomó las riendas de la formación lo hizo "después de un proceso de clarificación ideológica y estratégica", y con un "proyecto renovado y fresco". El partido se recolocó entonces como una formación de izquierdas e independentista, tras más de una década y media de satelización en torno al nacionalismo de CiU. La etapa de clarificación había resultado bastante agitada. Baste recordar que los dos anteriores secretarios generales, Joan Hortalà y Àngel Colom, militan en la actualidad en Convergència Democràtica. Pues bien, no parece que el núcleo de dirección que ayer se puso al frente de Esquerra, comandado por Oriol Junqueras, sea fruto de algo parecido a un proceso de clarificación.
En realidad, más bien parece lo contrario. Tampoco es para sorprenderse. La Esquerra Republicana que cogobernó la Generalitat entre 2003 y 2010 demostró algunas debilidades que le impidieron adquirir la cultura de gobierno que, en el diseño ideal de su líder de entonces, Josep Lluís Carod, debía convertirla en el eje político de Cataluña. Una de esas debilidades era la organizativa, ese no saber muy bien quién manda en realidad. Esto fue fuente de mil conflictos, contradicciones, parálisis en la acción del partido y la de los Gobiernos en que participaba. Otra debilidad era la larga tradición de personalismos enfrentados, por la que ayer el ya expresidente del partido Joan Puigcercós entonó el mea culpa ante el congreso. Es la que ha dado frutos tan chocantes como la espantada dada hace medio año por una figura tan decisiva en la historia reciente de ERC como Carod. Otra debilidad era esa atracción fatal a entrar, como empujada por una fuerza invencible, en todas las subastas que una y otra vez le lanza la derecha nacionalista para determinar quién es más catalán en cada coyuntura. Ese es el método mediante el que, en tantas ocasiones decisivas, la dirección de CiU se ha convertido en la dirección efectiva de ERC.
Sería pedir demasiado, probablemente, que un partido que a la hora de la verdad, es decir, la de gobernar, mostró debilidades como las citadas y se tensionó internamente hasta el extremo de sufrir dos escisiones y la fuga de su principal figura pública, hubiera realizado ahora en un año una clarificación como la aludida ayer por Ridao. Lo que el 26º congreso de ERC parece aportar es más bien un retorno a la indefinición y la ambigüedad, al centrismo del sí pero no, o el no pero sí, que ya se apunta en la relación con el Gobierno de Artur Mas.
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