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Columna
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Influencia y poder de la literatura rumana

Dos figuras intelectuales de perfil muy diferente, pero igualmente estimulantes, patronean simbólicamente la literatura rumana, invitada de honor este año a Liber. Por un lado, naturalmente, Norman Manea, creador de fama internacional, tan agudo ensayista como narrador, también narrador de su propia peripecia en El regreso del hooligan, escritor contundente e incómodo. Como suele pasar en casos semejantes aunque sus libros tienen una buena recepción, Manea no es un autor "amado" en su tierra: se exilió cuando otros tuvieron que quedarse, o escogieron quedarse y soportar como fuese la siniestra chifladura del régimen totalitario en sus postrimerías. Para colmo este príncipe de la tradición liberal, humanista y cosmopolita es profesor en EE UU, vive en NY, tiene dinero y éxito, y aunque escriba en rumano publica inmediatamente en inglés. Fácilmente se explica que resulte insoportable.

La otra figura intelectual, de influencia enorme, y de un poder más directamente eficiente, es el polígrafo Horia-Roman Patapievici, director del Instituto de Cultura, el Cervantes rumano; como no hay en el mundo una masiva demanda de aprendizaje de la lengua rumana esta institución concentra sus energías en la agitación cultural dentro de las fronteras y en la recuperación y difusión de la literatura clásica y contemporánea en el extranjero. En España, donde viven censados más de un millón de rumanos, y algunos más indocumentados, el Instituto es especialmente activo, y eso explica -junto, naturalmente, a la calidad de los autores y la devoción de los traductores, algunos competentes; otros, voluntariosos- que la literatura rumana esté tan ampliamente representada en nuestras librerías. Discípulo y apóstol de Mircea Eliade, Patapievici participa en los debates públicos en la prensa con asiduidad y junto a los filósofos Gabriel Liiceanu y Andrei Plesu, invitados frecuentes a Polemicile TVR cultural (Las polémicas del canal cultural de tv rumana), que se emite los viernes a las 14 horas, y es de gran calidad intelectual, conforma el trío más visible e influyente de la cultura de hoy.

Recuerdo que hace algunos años entrevisté a Patapievici, que acababa de publicar aquí El hombre reciente -un prolijo ensayo contra el materialismo y la fascinación contemporánea por el cambio permanente, y a favor de un regreso a las ideas de trascendencia, de superación y de religión- y cuando hablábamos de la rampante corrupción que socavaba el desarrollo del país, él lo explicaba como un clásico signo de una época de transición, que previsiblemente iría desapareciendo según el capitalismo se perfeccionase. La transición fue, en Rumanía como en otros países del Pacto de Varsovia, una merienda de negros. Entre los narradores rumanos de hoy destacan dos autoras que en los años noventa después de dejar la literatura para combatir en la arena del periodismo, a favor de la consolidación de una sociedad civil activa y consciente, han regresado a los orígenes, quizás cansadas de esfuerzos melancólicos. La poetisa Ana Blandiana es la autora, o una de las autoras rumanas más conocidas también en el extranjero. Durante el totalitarismo fue una de las primeras voces que se permitieron sacudirse el yugo del proletcult (estética del realismo socialista importada de la URSS) para convertirse también en una singular, vigilada y a regañadientes tolerada narradora que practicaba una ficción fantástica o una variante europeo-oriental del realismo mágico americano, una variante tenebrista, angustiosa, como comprobarán quienes penetren en Las cuatro estaciones. Gabriela Adamesteanu, la autora de la novela ambiciosa y de lenta cocción (diez años) Una mañana perdida, que reproduce, según dicen con un "oído absoluto", el habla de una pléyade de personajes, y cuenta sus temores y los conflictos de su vida cotidiana en los años finales del antiguo régimen, con gran elegancia estructural y eficacia narrativa, en 1990 se metió en el activismo periodístico como fundadora y directora de la muy influyente Revista 22. Hace unos años dejó la prensa y regresó a la literatura, publicando desde entonces dos nuevos libros y reeditando los antiguos.

Hay en Bucarest dos grandes editoriales: Polirom, nacida en 1995, traduce, a menudo con gran celeridad, la ficción contemporánea europea, y tiene también colecciones dedicadas a escritores locales de hoy, algunos excelentes, como Dan Lungu (Soy un vejestorio comunista penetra con precisión psicológica, sentido del humor y empatía crítica en la mentalidad de los nostálgicos del totalitarismo) y Filip Florian (Dedos meñiques, un alarde estilista de prosa musical, concentrada, exuberante, disuasoria para lectores perezosos o apresurados). Es el "regreso a lo nuestro", el gusto por los autores autóctonos para explicar el pasado reciente y el presente, como pasó también en España tras la dictadura. En el catálogo de la otra gran editorial, Humanitas, fundada en 1990, considerada más prestigiosa y/o exquisita, figuran los autores de la diáspora -Cioran, Eliade, Ionesco, Goma, etcétera- y contemporáneos como el mismo Patapievici y Mircea Cartarescu.

Doy por sentado y por probado que todos los autores ya mencionados son inteligentes. Cartarescu, que fue el mejor poeta de la generación de los ochenta, es inteligentísimo y complejo, y un autor tan celebrado por sus relatos largos o novelas cortas (Travesti, REM) que publica como delgados libros (a la manera de un César Aira) como en las novelas río de la trilogía Cegador, y capaz también de experimentos comerciales como Por qué nos gustan las mujeres, que publicó por entregas en la edición rumana de la revista Elle.

Rumanía es el país invitado en Liber 2011, Feria Internacional del Libro, que se celebrará entre el 5 y 7 de octubre en el pabellón 6 de la Feria de Madrid. www.ifema.es/ferias/liber. Ignacio Vidal-Folch (Barcelona, 1956) es autor, entre otras obras, del libro de relatos Noche sobre noche (Destino. Barcelona, 2010. 368 páginas. 20 euros).

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