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Columna
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Los límites del poder de Evo

Hace poco más de un mes, el 15 de agosto, cuando se inició la marcha indígena convocada en protesta contra la construcción de una carretera, el presidente Evo Morales dijo: "Cuando se presentan este tipo de problemas, para mí no es nada. Algún ministro se asusta". Después de que esa marcha fuera reprimida por la policía el pasado domingo, la protesta creció tanto que quizás Evo se haya asustado un poco. Dos días más tarde, dos ministros renunciaron y se anunció que 10 parlamentarios indígenas abandonarían la coalición del MAS (sin ellos Evo perdería los dos tercios necesarios para aprobar leyes sin debate, como lo ha venido haciendo). No solo eso: en un mensaje a la nación Evo anunció que suspendería la construcción de la carretera mientras se hicieran consultas a la población. Para entonces, el movimiento se siente con la fuerza suficiente para exigir la cancelación del proyecto, lo que obligaría a buscar otra ruta para la carretera.

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El conflicto indígena ha obligado a Evo a retroceder por segunda vez en menos de un año. El pasado diciembre, el gasolinazo -alza del precio de la gasolina para que esta se adecuara a su coste en países limítrofres- fue otra medida que llevó a la gente a la calle y asestó un golpe duro a la popularidad del presidente (nueve meses después, aún no se ha recuperado: en una encuesta reciente, recibe un 36% de apoyo). Lo novedoso de estas crisis ha sido que la protesta proviene sobre todo de los movimientos sociales afines al partido de Gobierno; en el último caso, el añadido simbólico es que son indígenas quienes dicen no sentirse representados por Evo.

La carretera motivo de la discordia iba a dividir el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), creado en 1990, sin que los pueblos indígenas que viven en esa región hubieran sido consultados, según lo manda la propia Constitución impulsada por el Gobierno de Evo. Para muchos, se cayó la máscara ecologista e indigenista de Evo, mostrando que él es, antes que nada, el líder sindical de los productores de coca del Chapare (beneficiados con la construcción de la carretera).

Las crisis de los últimos meses muestran que Evo ha encontrado los límites de su poder. Hubo un momento en que su inmenso capital político le permitió "refundar" el país aprobando una nueva Constitución, arrinconar los deseos de autonomía de departamentos económicamente poderosos como Santa Cruz y burlar las leyes a su antojo para desmantelar cualquier intento de oposición a su Gobierno. Y muestra que el estilo autoritario, centralista, bajo el viejo molde del caudillismo latinoamericano, puede gobernar pero no construir un Estado. Sin instituciones sólidas, el caudillo termina siendo víctima de las fuerzas que lo encumbraron. Evo recibió un Estado en crisis; su carisma, su capacidad de convocatoria, maquillaron esa crisis, pero no la trascendieron. Su discurso etnopopulista de izquierda, además, trazó una serie de coordenadas de las que no puede desviarse; se sabe que, tarde o temprano, el Gobierno debe dejar de subvencionar la gasolina y aumentar el precio, pero esa medida es vista más como de un Gobierno neoliberal y no como de uno que se debe al pueblo; se sabe también que quizás se necesiten más carreteras para vincular internamente al país, pero estas no pueden hacerse sin la venia de las comunidades indígenas a las que se les ha prometido autogobierno. Así, el modelo desarrollista de Evo naufraga en medio de sus contradicciones.

El TIPNIS traerá cola. La oposición ha aprovechado para tomar la iniciativa, se ha reinventado como defensora de derechos indígenas que antes aceptó con reticencia, y busca responsables de la decisión de usar la fuerza para reprimir la marcha. A pesar de eso, la oposición carece de liderazgo visible. Si ese hecho tranquiliza a Evo, sí deberían inquietarle los movimientos sociales que lo llevaron al poder; son ellos quienes, ante un sistema institucional que su Gobierno ha debilitado, podrían hacerlo tambalear. De hecho, ya lo están haciendo.

Edmundo Paz Soldán es escritor boliviano.

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