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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

México grita

Los narcotraficantes intentan extender su censura del terror también a las redes sociales

La inaudita violencia ejercida por el narcotráfico está descomponiendo el tejido social mexicano. Casi 45.000 muertos en cinco años, desde que el presidente Felipe Calderón desencadenara su cruzada contra los carteles, es más de lo que puede soportar un país, aunque tenga la envergadura de México. Los mexicanos, que hasta hace poco situaban las penurias económicas en lo alto de sus angustias, las han sustituido por la brutalidad criminal que asola una nación donde la extorsión y el asesinato individual y colectivo se han convertido en moneda corriente. Y donde debilidad institucional y corrupción dejan impunes un porcentaje de crímenes incompatible con un Estado de derecho.

Uno de los efectos más perversos de este resquebrajamiento social es el progresivo silencio sobre la criminalidad vinculada al narcotráfico. Numerosos periódicos y emisoras mexicanos, sobre todo de zonas fronterizas con EE UU, donde la violencia es más estremecedora y cotidiana, han dejado de informar por miedo a convertirse en blanco de los pistoleros. Los ciudadanos empiezan a volcarse en internet y las redes sociales para tener noticia de acontecimientos que, de otra forma, comienzan a estarles vedados.

Pero las redes sociales están ya en el punto de mira de los sicarios, sabedores de que el amedrentamiento colectivo es la herramienta definitiva de su éxito. El reciente y macabro asesinato en Nuevo Laredo, junto a Tejas, de una periodista muy activa en una red local, unido a otro doble crimen a comienzos de mes de iguales características, indica que los narcos apuntan también a la información digital. Y que sus fuentes funcionan en el mundo supuestamente anónimo de internet. Como María Macías, son muchos los periodistas (11 han sido asesinados en lo que va de año) que vuelcan en la red las noticias que no difunden sus medios.

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La censura del terror amenaza los mismos cimientos de México como Estado bajo el imperio de la ley. El miedo a informar que hurta a los ciudadanos su derecho a conocer socava el imprescindible contrapeso del periodismo en un sistema democrático ya acosado por una enquistada corrupción. La guerra contra los caudillos de la droga, en la que el Estado se ha implicado a fondo, Ejército incluido, no se está ganando. Y nadie en México, que estrena nuevo presidente el año próximo, ha expuesto todavía un plan político coherente y articulado para salir del abismo.

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