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Columna
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Moda y apocalipsis

Habrán oído hablar de las predicciones apocalípticas de Rastani, ese agente de Bolsa que, con impresionante desparpajo, predijo el otro día en la BBC el fracaso de los planes de rescate y el hundimiento del euro. El joven se relamía ante las oportunidades de negocio que ese panorama abría para espabilados como él; llevaba años soñando con una recesión, confesó, y en efecto, se le notaba el colmillo preparado. También auguró que en menos de un año los ahorros de millones de personas se esfumarían. Y uno se pregunta: ¿qué ahorros?

¿Es que alguien consigue ahorrar de verdad? ¿Es a ahorrar a lo que se nos anima, o a consumir? Como yo apenas lo consigo, me cuesta entender cómo logra la gente combinar las virtudes de la austeridad con las tentaciones de la abundancia. Pongamos un ejemplo somero, cotidiano: la moda. Este periódico acaba de estrenar, siguiendo la senda de otros, un semanario de moda dirigido -cómo no- exclusivamente a mujeres, porque se supone que a nosotras nos pirra y a usted, caballero, ni le va ni le viene -un viejo tic que irá cambiando poco a poco, no me cabe duda: los varones son un mercado demasiado apetitoso para que la industria les deje escapar por mucho más tiempo-. Pues bien, a pesar de cierta retórica a favor de la "moda asequible", la revista está llena -como todas- de prendas de marca de precios astronómicos (que son las que ponen la pasta en publicidad, claro), de manera que un par de zapatos valen un par de salarios medios interprofesionales, o por ahí.

El ejemplo nos viene al pelo para hablar de la diferencia que estableció Fred Hirsch entre bienes materiales y posicionales. Los primeros sirven para la satisfacción de necesidades materiales directas. Los bienes posicionales -aunque en parte sean también de naturaleza material-, sirven en cambio para la satisfacción del deseo de prestigio, status social, reconocimiento, admiración... Así, la ropa sirve para vestirse, además de para expresarse y mostrar tanto la propia individualidad como la pertenencia a un grupo; llevar un vestido de Gucci sirve precisamente para mostrar que uno pertenece a una elite social, a una minoría triunfadora: un bien posicional más que material. Pues bien, por aquí hemos sido tan afortunados que, mucho más allá de los bienes materiales, hemos ido consumiendo bienes posicionales a discreción. Aun sabiendo que esa carrera no termina jamás, que siempre hay otros con más dinero, casas más exclusivas y trajes mejor cortados. Algo que probablemente hasta Rastani conoce, aunque el instinto depredador le pueda. Duele que las ventajas posicionales vayan menguando, pero eso no es nada con la desesperación y la rota autoestima de todas aquellas personas sin empleo o a punto de perder sus casas. Y es que, aunque la mayoría lo viva también como un fracaso personal, es ante todo un triste, tremendo, fracaso social y político.

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