Un té y un te quiero
Paródica función de teatro dentro del teatro, Veinticinco años menos un día se inspira en un relato de Cortázar (Instrucciones para John Howell) sobre un espectador londinense que se ve obligado a sustituir al protagonista de una comedia conyugal. Antonio Álamo reescribe la ficticia obra de la que habla el autor argentino y, para darle crédito, le inventa un recorrido histórico y un largo éxito, de los que da cuenta minuciosa el actor Richard Collins-Moore, en funciones de conferenciante.
La humorada de Álamo entronca con el viejo astracán muñozsequista (de un vestido blanco se dice: es muy white -léase guay), o más bien con el de continuadores como Tono y Jorge Llopis: durante el primer acto es imposible no acordarse de La venganza de don Mendo y de Federica de Bramante o Las florecillas del fango, antecedentes donde se parodiaba eficazmente (y sin más pretensión que divertir) un teatro entonces en boga, mientras que aquí se parodia un género añejo.
VEINTICINCO AÑOS MENOS UN DÍA (THE TEA IS READY!)
Autor: Antonio Álamo. Intérpretes: Richard Collins-Moore, Ana Fernández... Luz: Juan Gómez-Cornejo. Escenografía: Antonio Marín. Dirección: Pepa Gamboa. Teatro Español. Hasta el 13 de noviembre.
Los actores hacen cuanto pueden y su talento sale indemne en general
Los actores hacen cuanto pueden con este material y su talento sale indemne, en general. Collins-Moore está como pez en el agua en su triple papel de presentador, pianista y autor de la función dentro de la función, quien viene a confesarnos que su primer acto es tan desafortunado que difícilmente pueden empeorarlo los dos siguientes, y es cierto: parece que Álamo al escribirlo se hubiera tomado al pie de la letra una afirmación que debiera de sonar irónica.
En Veinticinco años menos un día el autor cordobés se hace eco, conscientemente o no, del teatro de Noel Coward (ese fantasma nada paranormal), de La cantante calva (esas frases hechas en otro idioma) y, sobre todo, de Por delante y por detrás. El público de salas alternativas encontrará también similitudes de escritura con producciones como El retrato, de la compañía Pechito Loco, o Estúpida, de Antonio Zancada, resueltas estas con medios materiales mucho menores. Ana Fernández está bien en un papel en el que difícilmente se puede estar mejor. A Pepa Gamboa, su directora, tampoco cabe pedírsele que le saque más partido a la función. La escenografía de Antonio Marín resuelve eficazmente los cambios de perspectiva del público, que, el domingo pasado, pareció salir mayoritariamente divertido y satisfecho.

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