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Columna
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Error político y mangoneo

Es una historia menor, casi irrelevante, y me temo que, al exponerla, abusamos -una vez más- de la paciencia de los lectores. Pero tengo para mí que también se trata de un episodio aleccionador que no se agota en el marco de sus protagonistas ni en el del emergente partido en que aconteció. Nos referimos a Iniciativa del Poble Valencià que, con cuatro años de vida, celebró su congreso el pasado día 17 y, entre otros asuntos, acordó integrarse en la marca electoral Compromís-Equo al tiempo que elegía a sus candidatos para el 20-N. Todo correcto, menos lo que no nos lo parece y ello requiere evocar unos breves antecedentes.

Iniciativa del Poble Valencià, desde su reciente irrupción en el circo partidario, se perfiló como una formación heterogénea por la edad, cualidad y procedencia política de sus afiliados, ahormados por unas convicciones comunes: ecosocialismo, o lo que por tal se entienda, una profesión de fe nacionalista, aunque teñida de prudente escepticismo, y, sobre todo, una praxis, digamos que un modo de proceder transparente, dialogante y solidario, poco propicio a las ambiciones personales y a los mangoneos codiciosos de los trepas, habituales en los partidos clásicos, titulares de parcelas de poder institucional y corporativo. En este frágil y precario proyecto del que hablamos los cargos han sido realmente cargas de trabajo no retribuido y el único capital consistía en el entusiasmo y las cuotas.

Sin embargo, la austeridad, la credibilidad que suscitaba un discurso claro y la abnegación de su militancia para colmar con esfuerzo la carencia de recursos se tradujeron en un éxito electoral autonómico, al que obviamente contribuyó la decisiva alianza con el Bloc Nacionalista y Els Verds-Esquerra Ecologista, ese toque de perejil hoy casi imprescindible en las siglas progresistas. Y lo más alentador, el constante aumento de la afiliación que previsiblemente se traducirá en las urnas, siempre y cuando se conserve la imagen fresca y desenfadadamente crítica condensada en sus representantes parlamentarios, y muy en especial la de Mònica Oltra, ya icónica para el conjunto de la coalición, incluso de la izquierda toda.

Pero tanto esta diputada, como las y los demás, han sido la consecuencia de su valía personal, pero también y acaso en mayor medida, del culto por la excelencia y capacidad que, con los matices inevitables, las gentes de Iniciativa han venido observando por sus dirigentes y representantes. O sea, que se ha promovido a los mejores en cada circunstancia. Una actitud que se ha quebrantado al fracasar la elección de un valor parlamentario como el de Isaura Navarro, incuestionable en punto a experiencia, tenacidad y elocuencia. Pero no fue elegida en el mencionado congreso, algo que no aconteció de manera espontánea, sino porque alguien -el inevitable malasombra- tuvo que mecer la cuna y movilizar a los votantes en beneficio de un interés que, en este caso, no es el superior y general del partido. Tanto más en un trance, como el actual, cuando nos amenaza un tsunami carca que requerirá ser combatido mediante el discurso más potente y aguerrido.

En este sentido, se nos antoja una irresponsabilidad propia de los partidos caducos podridos por los arribistas y maniobreros. Que la elección aludida haya sido democrática, aunque confusa, y la ganadora tenga su mérito legítimo, no atenúa el error político -peor que el crimen, decía alguien- cometido, ni disimula las fisuras del consenso que primaba.

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