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OPINIÓN
Columna
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El dedo de Lagos

Juan Cruz

Hay un vídeo en YouTube que ustedes pueden consultar ahora mismo, antes de seguir leyendo esta crónica. Ustedes teclean el dedo de Lagos y ahí sale el dedo del expresidente chileno Ricardo Lagos.

Ricardo Lagos era un joven abogado opositor al régimen de Pinochet, que asesinó a muchísimos chilenos con el pretexto de acabar con Allende e incluso con las huellas de Allende.

La dictadura estaba extorsionando, torturando, asesinando, sin reposo. En 1980 Pinochet preparó un referéndum para seguir como si nada hubiera ocurrido; animado por el resultado que él mismo alentó, explicó que habría un nuevo referéndum y que entonces él ya no sería parte del dilema plebiscitario. El dictador se retiraría a sus cuarteles vacacionales. Luego se supo que esas vacaciones se las pagaría con el dinero que robó al Estado.

Ese otro referéndum, al que Pinochet dijo que no iría, se iba a celebrar en 1988. Y Pinochet se presentó. Lagos y otros opositores a la dictadura constituyeron una organización política para pedir el No a la continuidad de la dictadura, que buscaba una constitución que perpetuara en el poder al militar que derrocó a Allende.

Esa alianza le daba derecho al joven Lagos a intervenir en los debates televisivos para pedir el No. Unos días antes de su intervención alguien llevó a la oficina de los opositores un recorte que ponía en evidencia aquella promesa que Pinochet se disponía a incumplir. Lagos fue con ese recorte y se enfrentó a las cámaras con una elegancia radical y democrática: señalando con su dedo al Pinochet que debía estar viéndole en su casa, le afeó sus mentiras, anunció que un triunfo del No iba a acabar con la dictadura, y por tanto, con la tortura y el asesinato, y abriría a Chile a nuevos tiempos de esperanza. La presentadora del programa quiso interrumpir su alegato, pero Lagos, con una firmeza que pone los pelos de punta, pues Chile no estaba para bromas, ni para insumisiones, mantuvo sus denuncias, hizo que la cámara enfocara el recorte de prensa en el que basó su acusación al general (que era un mentiroso) y siguió su discurso, imperturbable, hasta que dijo todo lo que tenía almacenado en la indignación de su memoria.

El otro día, en una larga conversación que Lagos tuvo con su amigo el escritor mexicano Carlos Fuentes (a la que tuve el privilegio de asistir), el expresidente socialista chileno contó esa historia; lo hizo para hablar de la memoria, pero sobre todo para explicar cómo avanza la desmemoria en las generaciones que vienen, que tienden (y en España eso pasa en cada centímetro de territorio, en cada centímetro de prensa y en cada milímetro de conciencia) a olvidar lo que pasó como para que no hubiera ocurrido. Alguien muy joven le dijo a Lagos un día que fue evocada en su presencia la historia del dedo: "¿Y eso fue todo?". Pasa aquí, en España, le dije a Ricardo Lagos; muchos dicen: "Bueno, no fue para tanto, pasemos a otra cosa". Cuando en realidad la cosa que hace que la historia avance es, por ejemplo, ese gesto de Lagos diciéndole No a Pinochet con un dedo que representa millones de dedos y que no son solo dedos chilenos.

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