Celebridades sin intimidad
Las prácticas delictivas de un sector del periodismo británico se han perfeccionado y extendido de tal manera que un juez ha abierto una causa que afecta ya a 46 celebridades a las que presuntamente les habrían interceptado el teléfono para fisgar en sus vidas privadas. El caso, abierto por el juez Brian Leveson, lo ha impulsado el primer ministro David Cameron, que a su vez se ha visto salpicado por el escándalo de las escuchas ilegales que practicaba el ya cerrado News of the World. Cameron fichó como portavoz a Andy Coulson, uno de los exdirectores del rotativo, que, ahora se ha sabido con mayor detalle, sometía presuntamente a los políticos y a otros personajes públicos a auténticos chantajes gracias a la información privilegiada que tales prácticas le reportaba.
A la vista de la variedad de personajes que figuran en el caso del juez Leveson, todo hace sospechar que pocas celebridades
-de mayor o menor calibre- escapaban al control ilegal de los reporteros.
Actores, escritores, policías, publicistas, padres de niños desaparecidos, deportistas o empresarios tenían, presuntamente, sus teléfonos interceptados. Entre ellos, la discreta madre de Harry Potter, J. K. Rowling, que ya ganó un caso contra los periodistas, o el actor Hugh Grant, que se vengó recientemente de un redactor del News of the World que le acosaba utilizando sus mismas prácticas: grabó la conversación con el reportero en el que este le detallaba cómo su periódico pinchaba los teléfonos. Otros, como el político Mark Oaten, no pudieron resarcirse. Oaten abandonó su carrera tras la publicación de datos acerca de su vida sexual.
El caso abierto por Leveson trata de investigar las escuchas y, en general, las prácticas carentes de ética de ciertos medios. El temor a que todos estos escándalos terminen con nuevas normas que atenten contra la libertad de prensa es inevitable, si bien justo es reconocer que en Reino Unido, el paraíso de los tabloides, se dan la mano el peor periodismo, pero también el mejor. Porque son las investigaciones de los periodistas -especialmente los de The Guardian- las que han puesto en jaque a los medios sin escrúpulos.
