La torre de la ignorancia
Vivimos un momento económico tan inquietante y duro en el terreno de los hechos como apasionante en el del análisis y estudio. La velocidad a la que se desarrollan los acontecimientos, la disponibilidad de información en tiempo real, y las interconexiones planetarias de mercados y decisiones de política económica son los responsables inmediatos de las negativas sensaciones que impregnan el cuerpo social hoy. Pero las causas últimas son otras.
Para saber cuáles tenemos dos caminos. El primero, el más fácil, es escuchar a tertulianos que se atreven con todo lo que se les eche, porque hace tiempo que dejaron atrás el lastre de la prudencia; o a dogmáticos de uno u otro signo que utilizan las mismas 500 palabras siempre que tienen que dar su opinión sobre los procesos sociales y económicos.
Debería plantearse que la Xunta, con margen de endeudamiento, entre en el capital del nuevo banco
El segundo es leer a quien sabe. El libro de los profesores Xosé Carlos Arias y Antón Costas que da título a esta columna es, en estos momentos, la mejor recomendación posible. Gran capacidad divulgativa y profundo conocimiento de la economía real, de la historia económica y de los procesos de elaboración de la política económica se precipitan en una excelente guía para entender por qué estamos donde estamos y, sobre todo, cuál es el futuro que nos espera dependiendo de las decisiones que tomemos a corto plazo.
Entre otros muchos asuntos analizados, aparece el de las cajas de ahorro. Con la perspectiva que ofrece el tiempo transcurrido desde los primeros movimientos, Arias y Costas ponen de relieve el largo camino de despropósitos cometidos por legisladores, autoridades, reguladores, supervisores y los propios directivos de las cajas que nos ha llevado a la situación actual. Una situación que en Galicia tiene sus propias particularidades.
La realidad es que hoy estamos lejos del punto de llegada al que nos hubiera gustado llegar a los que se opusieron (nos opusimos) a las integraciones con cajas de otras comunidades autónomas en las que Caixanova y Caixa Galicia se diluirían. También parece alejarse la opción de un banco controlado de facto por una caja o fundación, al estilo del Banco Pastor. Pero no todo está perdido.
Siendo positivos, me parece que existe mucho capital humano en la nueva dirección; que el consejo va a hacer más de órgano de control que los de las antiguas cajas, en el que las voces disonantes eran la excepción; que el presidente del nuevo banco, José María Castellano, es, por su solvencia, reputación, capacidad y vinculación con Galicia, la mejor opción imaginable, más si si tenemos en cuenta que existe capital privado gallego interesado en entrar en la nueva entidad. O, en otras palabras, que es una inversión de interés por su alta rentabilidad en el medio y largo plazo y su bajo precio en el corto.
Y esto me lleva a la conclusión, que comparto con mi colega, el profesor Albino Prada, de que la mejor forma de que en la estrategia de la nueva entidad aparezca la preocupación por la inclusión financiera de los gallegos del mundo rural y de menores rentas, por la financiación de la empresas gallegas y por que se generen recursos para que retornen a la sociedad en forma de una amplia y potente obra social o similar, la Xunta debería plantearse seriamente la posibilidad de entrar en el capital social de la entidad. 500 millones de euros parecen muchos, pero equivalen a un 1% del PIB de Galicia. Aprovechando que el endeudamiento autonómico en empresas está muy por debajo de la media estatal, ¿Por qué no aprovechar este margen?
A estas alturas de la película y saludando efusivamente que el capital privado gallego esté dispuesto a entrar en la operación, no veo una solución alternativa si queremos un final en el que no solo exista solvencia, sino también algo de público y de galleguidad.
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