Expiación y cinismo
Aunque no sea prudente adelantar acontecimientos, parece previsible el triunfo del PP en las próximas elecciones generales y, pese a que los vuelcos en las previsiones electorales no sean infrecuentes, hay dos indicadores que hacen improbable un cambio súbito de tendencia en este caso, indicadores que remiten al estado de ánimo electoral y a la pulsión ideológica. Para calibrarlos no recurriré a las diversas encuestas que se publican estos días, sino que me bastará con observar las reacciones de mi círculo de relaciones y escrutar, sin necesidad de ser perspicaz, la opinión publicada en los medios, tanto de derechas como de izquierdas. ¿Quién teme al lobo feroz? Es curioso que ya nadie hable del lobo, aunque también lo es que todo el mundo lo espere. Entre la gente con la que convivo y trabajo, la frase más repetida es la de "espera y verás a éstos que vienen". Estos que vienen son, naturalmente, los del PP, cuya llegada se da como inevitable, pero lo llamativo del caso es que quienes la anuncian lo hacen con resignación. En ningún caso percibo un asomo de reacción para que éstos que vienen no lleguen a la meta. Hay una defección del votante de izquierda, defección que recurre al desengaño como argumento, al unos y otros son lo mismo, pero que tal vez responda a una esperanza tácita que se recubre de indiferencia. Todos sabemos que, por estrechos que sean los márgenes de divergencia, unos y otros no son lo mismo. De ahí mi sospecha de que lo que en realidad oculte tanta resignación sea un deseo: estos que vienen son terribles, pero queremos que vengan.
En cuanto al debate de ideas o de propuestas entre izquierda y derecha, no hay tal, pues las relaciones entre ambas se parecen cada vez más al juego del gato y el ratón, y el papel del gato lo está desempeñando la derecha. Ignoramos lo que ésta pretende, si bien estamos a la espera de "lo que se nos vendrá encima", como concluía con tristeza el pasado domingo Santos Juliá. De momento, si nos atenemos a su opinión publicada, se limitan a ridiculizar cualquier iniciativa del rival o practican el cinismo de anunciar que no harán lo que de hecho están haciendo o insinuando que harán allí donde ya gobiernan.
Desconcertada ideológicamente, la última ratonera en la que ha caído la izquierda es la de la dialéctica entre ricos y pobres. No es ella la que la ha planteado, no al menos en esos términos, pero ha dado pábulo a la derecha para que le monte el cliché y se lo descuartice. Ni pobres ni ricos determinan hoy la orientación política de un país como España. Es la clase media la que está en juego, aquí y en todos los hasta ahora boyantes países occidentales. Una clase media difícil de cohesionar y que se ve en riesgo de pauperización a causa de la globalización y del desarrollo de las nuevas tecnologías. Una clase media que espera resignada al efecto de shock que se le anuncia. ¿Estará ahí su salvación? ¿Tiene la izquierda algo que decirle al respecto?
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