¿Existen los ricos?
En uno de esos ejercicios de simplificación populista a que es tan propensa nuestra opinión pública, se ha puesto de moda exigir de los ricos una contribución fiscal especial para hacer frente a las dificultades de financiación del Estado de bienestar. Que quienes menos han sufrido las consecuencias de la crisis hagan una aportación suplementaria de sus recursos a la comunidad; lo reclaman tanto la equidad como la suficiencia.
Difícilmente puede nadie negarse en principio a una tan justa, solidaria y razonable demanda. Suscita un asentimiento tan general que, según parece, hasta los propios ricos están clamando públicamente para que los gobiernos les aumenten los impuestos.
Los problemas empiezan cuando de las palabras intentamos pasar a los hechos, cuando se trata de convertir en realidad las bellas ideas. Y el principal problema, por curioso que resulte, es el de determinar qué se entiende por ricos. Concretar de qué o de quiénes estamos hablando, porque ricos hay de muchas clases.
El problema es determinar quiénes son, porque hay ricos de muchas clases
De ricos se puede hablar, en primer lugar, en un sentido vertical: serían ricos quienes perciben unas rentas elevadísimas, o quienes poseen un patrimonio cuantiosísimo, todo ello comparado con el común de ciudadanos. Por simplificar, podríamos suponer que son ricos los ciudadanos que componen el percentil superior de los que pagan el impuesto sobre la renta, es decir, el 1% de la población con mayores rentas. Pero si observamos los datos del IRPF veremos que ese percentil incluye en España a todos los que ganan más de 99.000 euros anuales (8.250 euros/mes): si usted gana 8.250 euros al mes, usted forma parte del 1% de ricos registrados de este país (alrededor de 100.000 personas, según esos datos). Por ejemplo, los magistrados del Tribunal Constitucional serían ricos registrados por definición, pues ganan más de 125.000 euros anuales.
¿Tienen algún sentido estas cifras? Es obvio que no, que esos no son los ricos de los que todo el mundo habla. Pero, entonces, ¿dónde están, si en las declaraciones del IRPF no aparecen? Seguramente habría que buscarlos dentro del Impuesto de Sociedades, porque los ricos en España son hoy personas jurídicas, no personas físicas. Busquen ustedes los megayates en nuestras costas, examinen su patente, y verán que todos (todos) pertenecen a sociedades, nunca a individuos. Y es que mientras los tipos marginales de los impuestos de las personas físicas y las jurídicas sean tan diferentes, existirá una irresistible presión que llevará a los ricos a convertirse en sociedades. Pero ¿qué hacemos entonces?, ¿subir los impuestos a las sociedades y hundir un poco más a las empresas productivas?; ¿subir el impuesto sobre la renta y tratar como ricos a quienes sabemos que no lo son, es decir, a la clase media alta de asalariados y profesionales que declaran honestamente? No nos engañemos al respecto, nuestro sistema fiscal está tan agujereado por las posibilidades reglamentarias de ingeniería fiscal que subir los impuestos a los ricos de verdad requiere una decisión política más seria y persistente que la populista: porque no hay forma sencilla de individualizarlos.
Pero es que hay una segunda clase de ricos, los que lo son en sentido horizontal. En este caso, más que personas miramos a los territorios, a aquellos que gozan de una renta media muy superior a la nacional porque, entre otras cosas, tienen una población compuesta de más personas ricas que otras. La contribución de los ricos, en este caso, exige que a través del sistema de financiación de los servicios públicos se produzca una transferencia neta de recursos de las regiones ricas a las pobres. Las balanzas fiscales publicadas en 2009 por el Gobierno demuestran que esa transferencia solidaria de recursos se produce en el caso de las CC AA más ricas (Cataluña, Madrid, Valencia, Baleares), pero que existe un agujero negro en lo que se refiere a las comunidades vasca y navarra, que no transfieren recurso alguno al resto del sistema. Una consecuencia del sistema de concierto unido a la forma en que se calculó en su día el cupo que pagan al Estado. En cierto sentido, misterioso pero muy real, vascos y navarros son ricos por estirpe; y ricos no solidarios; en lo que a ellos se refiere, la identidad pasa antes que la igualdad o la solidaridad, algo que es comprensible en una ideología nacionalista, pero repugnante en una liberal igualitaria y no digamos socialista.
Y sucede hoy que el agujero negro tiende a expandirse: las ventajas prácticas de la insolidaridad horizontal han sido recientemente descubiertas por casi todas las fuerzas políticas catalanas, que han decidido apostar por un modelo concertista en el que su déficit fiscal sea similar al vasco o navarro, es decir, tendente a cero. Bastante lógico desde el egoísmo de los ricos, aunque cuando lo dice una persona física suena reprobable y, en cambio, cuando lo dice un país suena a derecho histórico.
Como puede verse, hablar de los ricos y sus impuestos es muy complicado. Termina por destapar situaciones que todo el mundo, por lo menos el políticamente correcto, prefiere ignorar. Así que mejor subimos un poquito el IVA y nos dejamos de complicaciones.
José María Ruiz Soroa es abogado.
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