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BALONCESTO | Europeo de Lituania
Columna
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Impúdico desinterés

Ni es la primera vez ni será la última. En cada campeonato asistimos en las primeras fases a encuentros alrededor de los cuales sobrevuelan dudas sobre las intenciones de los contendientes en aras de un supuesto mejor futuro en los cruces decisivos. A pesar de que en muchos de los casos aquellos que intentan elegir a través de una conveniente derrota un camino más sencillo suelen terminar trastabillados, se siguen produciendo y el debate sobre lo práctico y lo ético sería interminable. Ahora bien, lo que hizo Francia en su partido frente a España traspasó demasiados límites hasta ahora vistos o intuidos. Su impúdica e innecesariamente ostentosa forma de proclamar su nulo interés por la búsqueda de la victoria fue tal que terminó provocando sonrojo.

Francia se comportó como un equipo menor, temeroso, pequeño. Su imagen quedó en muy mal lugar. Allá ellos
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Su entrenador no dedicó ni una sola neurona de su cerebro al arte del disimulo, que tiene su importancia en estas cuestiones, y desde el primer minuto hasta el último no hubo ni la más mínima duda de que su objetivo era la derrota. Es más que razonable pensar que haya pesado el recuerdo de lo ocurrido en el Europeo de Polonia de hace dos años, cuando una canasta de Nando di Colo frente a Grecia les llevó a cruzarse con España en los cuartos de final y llevarse una buena paliza. La prensa francesa no tuvo miramientos y se cebó con lo que consideraron una estúpida decisión. Ayer mismo, el diario L'Equipe recordaba este hecho y daba todo tipo de razonamientos para recomendar no volver a cometer tamaño error, aunque el objetivo no fuese tan directo como entonces, pues lo que se intenta ahora es evitar un hipotético duelo en las semifinales con Lituania, que vete tú a saber si llegaría a producirse. Para que no quedase ninguna duda de que ¡yo no soy tonto!, el técnico puso en la pista a un quinteto desconocido, no dispuso ni un solo minuto de sus dos estrellas, Parker y Noah, y hasta se podría pensar después de asistir su fantasmagórica salida en el tercer cuarto que en el descanso y ante lo apretado del marcador tuvo que recordar a sus jugadores cuál era el objetivo principal. Pero es que no solo las decisiones desde el banquillo fueron inequívocas, sino que también el lenguaje físico, no verbal, de los jugadores franceses fue de una indiferencia total que rozaba lo ofensivo. Ver a Parker bostezar mientras les estaba cayendo la del pulpo no fue lo que se puede considerar una imagen deportivamente gratificante.

El transcurrir del campeonato a partir de la disputa de los cuartos de final dictará sentencia y puede que dentro de una semana esta patochada pase a convertirse en una decisión supuestamente inteligente, pero, mientras veía el partido, no dejaba de felicitarme por ser seguidor del equipo que no especuló, que no hizo cábalas, que se tomó en serio el lance y que buscó y consiguió una nueva victoria. Un equipo que ha venido a ganar el campeonato sin dobleces ni atajos, que confía en su potencial, que se prepara para lo que venga sin elegir rival, respetando a todos, pero no temiendo a nadie. Un equipo que no entiende otra cosa que no sea ir de frente y buscar en todos y cada uno de sus partidos la victoria. Lo otro, incluso contemplando que el futuro le pueda dar la razón, no deja de ser el recurso de equipo menor, temeroso, pequeño. Francia se comportó como tal y su falta de pudor y su nulo disimulo en aras de un discutible objetivo dejó su imagen en muy mal lugar. Allá ellos.

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