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Columna
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Educación, corte y confección

¿Ustedes se acuerdan de aquel bonito estribillo del "vamos a cambiar el modelo productivo", vamos a pasar de la economía del ladrillo a otra economía que priorice la educación, la investigación y el desarrollo? ¿Qué habrá sido de todas esas canciones que ya nadie se atreve siquiera a entonar o a canturrear por lo bajinis? En los últimos tiempos, tanto Gobierno como oposición parecen costureras aplicadas, confusas y ceñudas, encargadas de una inmensa Academia de Corte y Confección. Sobre patrones dibujados por otros, cortan y cortan la tela con frenesí, cuidando de no desperdiciar ni un retal. Deben de estar confeccionando algo, pero ¿el qué? Ni los propios costureros parecen saberlo, ni mucho menos los ciudadanos a los que están destinados esos trajes estrechos y menguantes.

Los cortes llegan ahora a la educación. Aunque Euskadi está entre las comunidades afortunadas que, al parecer, no notarán los tijeretazos, otras autonomías como Madrid, Navarra, Castilla-La Mancha o Galicia no disfrutarán de la misma suerte: tendrán menos profesores para más alumnos, con menos recursos y menos capacidad de dedicación para cada uno de ellos. Las movilizaciones que los sectores afectados han convocado no son de extrañar. No se deben únicamente a los miles de profesores interinos que quedarán en la calle, al aumento de la carga docente, a la forma y el modo de decidir los cambios, sino al fondo del asunto, el que nos incumbe a todos: la merma de la calidad de la enseñanza pública.

Aunque adivino que también se debe a la rabia de ver desprestigiada así su función, cuando la presidenta Esperanza Aguirre declaró que la mayoría de los madrileños "trabaja más de 20 horas semanales", dando a entender que trabajar lo que se dice trabajar, los profesores lo hacen en las horas de clase, mientras el resto del tiempo se dedican a tocar el ukelele, o a saber. Una afirmación insolente, algo equivalente a afirmar -como ha dicho alguien- que Casillas trabaja 90 minutos a la semana. Elevar de 18 a 20 las horas lectivas de un profesor implica en la mayoría de los casos preparar y dar una asignatura nueva y encargarse de otro grupo más de 25-30 chavales, con el correspondiente trabajo que ello acarrea. Quitando tiempo a las tutorías, a la preparación y a las labores organizativas, o aumentando el tiempo de dedicación en casa, fuera del horario laboral.

Hasta los profesores más vocacionales, aquellos que dan las clases con un entusiasmo contagioso, con un conocimiento actualizado de la materia y atendiendo a cada alumno de manera personalizada, necesitan sentirse reconocidos, valorados, cuidados. Lo que este confuso curso de Corte y Confección indica, por el contrario, es que no sólo no se cree en la educación como gran apuesta de futuro, sino que ni siquiera sabemos a dónde vamos, ni qué demonios venimos confeccionando con estos retales...

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