Todos son 'muleros' potenciales
El doctor panameño Juan Enoc Rodríguez tuvo mala suerte. Un error del narcotest y una excesiva demora del análisis de su supuesta droga en fase judicial lo llevaron seis meses a prisión injustamente. Pero que lo pararan para abrirle la maleta no es extraño. Tener pinta de buena persona, vestir bien y disponer de una coartada de viaje no aleja al pasajero de la condición de sospechoso. El correo de la ruta de la coca es camaleónico. Desde el copiloto de Aeroméxico que intentó colar una maleta con 42 kilos del polvo blanco durante la última visita de Benedicto XVI, hasta la viuda septuagenaria, la madre con su bebé, el empresario atenazado por las deudas o el reputado profesor universitario.
Los 50 millones de pasajeros que recalan anualmente en Barajas son muleros potenciales para las fuerzas de seguridad. "No existe un estereotipo, los registros se realizan a aquellos que se ponen nerviosos, sudan o te miran mucho", explica una agente de la Guardia Civil en la T-1 de Barajas, tras rebuscar sin éxito en la maleta de un español procedente de la República Dominicana, considerado un vuelo caliente. Su compañero, con 16 años de oficio en el control de equipajes en el aeropuerto madrileño, donde a lo largo de este año solo la Guardia Civil se ha incautado de 3.000 kilos de droga, asegura haber desarrollado un "olfato especial". "Cada vez acierto más. ¿El motivo? No lo sé", dice sin despegar la vista de un centenar de turistas que regresan de Río De Janeiro.
Los guardias civiles que patrullan Barajas, el principal punto de entrada de droga por aire de España y donde la farlopa llega con más pureza (80%), realizan a diario centenares de registros y una decena de radiografías al mes para cazar a los boleros (los que llevan la droga en el cuerpo). La crisis no ha aumentado el número de pasadores ni alterado sus tarifas, según la Guardia Civil. Transportar cinco kilos de coca entre Colombia y Barajas se paga entre 4.000 y 6.000 euros (viaje aparte), pero los agentes sí han notado en el último año un repunte de parados. Las redes suelen engañar a sus empleados y colarles más droga de la pactada.
Aún así, la posibilidad de conseguir un dinero fácil y rápido anima a los pasadores a asumir el riesgo. Un kilo de coca, que en Colombia cuesta 3.000 euros, alcanza los 30.000 en España y roza los 45.000 en Italia. Tras cortarse (adulterarse), su precio y cantidad se multiplican por cuatro (120.000). "Las mafias saben que todo el mundo tiene un precio y se aprovechan", admite un agente.
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