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Columna
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Falta la prueba del algodón

El presidente, Alberto Fabra, ha recibido esta semana a los portavoces parlamentarios de la oposición -PSOE, Compromís y EU-, lo que ha sido poco menos que un suceso insólito al tiempo que expresivo de la excepcionalidad democrática o imperio de la arbitrariedad en que nos ha sumido el gobierno del PP. Nuevos aires, pues, en el palacio de la Generalitat donde, al decir de las crónicas, los síndicos se despacharon a gusto exponiendo sus reivindicaciones y críticas ante un interlocutor receptivo y propicio a emprender un diálogo continuado en torno a los grandes problemas que acucian a la Comunidad. No ha de extrañarnos, sin embargo, que junto al reconocimiento de esta novedosa actitud presidencial persista el recelo y los síndicos apremien para que los buenos propósitos sean confirmados por los hechos. Solo estos, como la prueba del algodón, certificarán la sinceridad y dimensión de las propuestas.

Y no faltan razones para tal desconfianza. La plausible actitud del molt honorable contrasta con el solipsismo, arrogancia y chulería que han sido -esperemos que hasta ahora- la norma del partido gobernante, infatuado y blindado por su mayoría parlamentaria. Ningún otro ha practicado en las Cortes tan abusivo uso del rodillo, ni desdeñado de tal modo a las minorías y el electorado que representan. Conviene recordar este desgraciado y prolongado déficit político, no tanto para mortificar a los populares -que por otra parte bien merecida tienen la mortificación-, como para valorar positivamente esa disposición o talante participativo del jefe del Consell, que bien podríamos describir como un trasunto de glásnost o transparencia informativa. De su discurso se colige que no tiene inconveniente en abrir puertas y ventanas para que fluyan las noticias y las preguntas -cientos de ellas siguen a la espera- encuentren respuesta. De atenernos a lo dicho y publicado sobre los encuentros que glosamos se diría que un Pentecostés democrático ha descendido sobre el PP.

Pero son pocos los que pueden creer en tal prodigio, aunque venga avalado por un hombre libre de toda sospecha, como es el ex alcalde de Castellón. Él está limpio, pero su partido es una sentina de corrupciones que en buena parte aguanta porque no se airean los enredos que esconde. Y mucho más en vísperas de la cita electoral del 20-N y el animado otoño político que nos aguarda. ¿Tendría coraje el presidente, pongamos por caso, para ordenar -pues en su mano está- que RTVV emitiese desde ahora mismo unos noticiarios mínimamente profesionales, amparando por igual a todas las opciones políticas? No, no creemos que lo tenga. En este capítulo audiovisual y como prueba de buena voluntad, ni siquiera ha sido capaz el Consell de poner al alcance de la oposición el estado de las cuentas del ente televisivo dictaminado por las consultoras económicas. O sea que, a nuestro entender, las pulsiones democratizadoras habrán de aplazarse sine die, si es que en algún momento han estado seriamente contempladas.

No obstante, y ya que por ahora no son previsibles otros cambios notables, sí podría el titular de la Generalitat mandar que retiren de la plaza de Nules, sede del gobierno autonómico, ese boscaje de ficus benjamines que, como émulos de los guerreros de Xian, únicamente servían para defender a su infortunado predecesor de las protestas vecinales y corporativas que le acosaban. Hoy afean el entorno y evocan episodios ingratos para la institución.

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