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Columna
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Los oprimidos

La banalidad se ha hecho fuerte en el mundo moderno. La idea es en sí misma un topicazo, pero deja de serlo si uno constata a qué extremos alcanza: hoy llega a ser trivial hasta la denuncia de una dictadura. ¿Puede ser trivial la denuncia de una dictadura? Aquí y ahora, sí.

Una cadena de televisión dedicó recientemente un amplio reportaje a la última infamia del régimen chino, quizás la mayor atrocidad de su sanguinaria historia: prohibir cien temas musicales de algunos de los artistas más famosos del momento. La noticia se extendió por todos los medios. La cadena en cuestión, que encaja una breve gacetilla antes de centrarse en el punto fuerte de su parte diario: las cuitas del Real Madrid, dedicó una eternidad televisiva a glosar las consecuencias de esta infamia. Aparecieron imágenes de los damnificados: Katy Perry, Backstreet Boys, Take That. No estaban llorando, no parecían tristes. Bueno, realmente, los represaliados aparecían en estas imágenes danzando, corriendo, trotando, según las pautas del correspondiente vídeo promocional. Aún así, parecía que estábamos delante de auténticos paladines de la libertad. Fin de la información.

La noticia era impactante. Sí, quizás el mejor modo de probar la crueldad de la dictadura china es constatar que censura a Lady Gaga. Eso sí que resulta dramático. Si un vídeo de Britney Spears no puede verse en Pekín -no digan Beijing, por favor, no sean horteras- realmente es que las cosas están mal. Dudo que la cadena en cuestión haya dedicado nunca un tiempo parecido a relatar otras acciones de la dictadura china, cosas insignificantes, pero que también tienen su aquel: el genocidio del pueblo tibetano, el acoso a los huigures, la atrocidad de Tiananmen, las miles de penas de muerte dictadas y ejecutadas cada año, la condena a once años de reclusión del premio Nobel Liu Xiaobo o el reciente fallecimiento del obispo católico Pietro Li Hongye, con treinta años de prisión a sus espaldas e innumerables detenciones y registros posteriores -aunque seguro que ustedes se acordaban, ¿verdad? Al fin y al cabo, Li Hongye ha estado en la cárcel más años que Mandela-.

Pero todas estas minucias no pueden compararse con la atrocidad de censurar una canción de Lady Gaga. Nuestra moral es así; nos conmueven ciertas cosas porque alguien las hace visibles, mientras que la mera notificación de algunas otras ni sirve ni servirá de nada: sin un corte de imágenes, en el informativo de las nueve, sencillamente no existen. Y esta es una sociedad que presume de haber desmontado toda clase de hipocresías.

La banalidad en Occidente llega a tal extremo que hasta cuando los medios se ponen a denunciar la falta de libertad resultan sonrojantes. El régimen chino se retrata no porque asesine o encarcele, sino porque veta los discos de Katy Perry. Y es que, ciertamente, no se podía haber ido más lejos.

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