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Columna
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Cabeza de ratón

La historia del sanguinario toro Ratón, que pronto reaparecerá en Canals y en Sueca, me parece extravagante. No puedo entender qué placer le encuentran al hecho de recortar un toro que ya se ha llevado varias personas por delante. ¿Que se descarga la adrenalina? No me hagan reír. Más emoción tendría entrar a saco en nuestro botiquín, bien provistos -si Cospedal no lo impide- de medicamentos, y atiborrarse de pastillas elegidas al azar en espera del resultado: ¿diarrea incontenible, baile de San Vito, parálisis fulminante, visión repentina del sendero de la verdad...? Tampoco estaría nada mal pasar un puente de agosto en un apartamento de la playa haciendo vida familiar. O ya en el límite donde el valor se confunde con la temeridad, ¿por qué no intentar ver Canal Nou durante 24 horas seguidas sin trasegar ni una gota de alcohol? Cualquiera de estas acciones requiere mucho más valor que el recorte de un toro. Lo que pasa es que son acciones íntimas, que no se exhiben ante el público y no pueden hacernos famosos, esa nueva profesión a la que todos aspiran.

Para que el heroísmo engorde nuestra autoestima debe ser público y, por ello mismo, provocará adhesiones y repulsas. Por eso, el episodio de Xàtiva de hace unos días ha reabierto la polémica de los taurinos y de los antitaurinos. Aquellos aducen que el recorte es un arte, estos que se trata de una crueldad para con los animales. Hombre, a unos y a otros no les falta su parte de razón, pero hay más matices. Los antitaurinos no parecen parar mientes en que aquí lo que se conculca no son tan apenas los derechos del animal, sino sobre todo los del sujeto que se arrima al morlaco, humano aunque algo simple. Los taurinos, por su parte, deberían distinguir entre el torero, que sin duda domina al toro mientras se ocupa de masacrarlo, y el recortador, individuo que se limita a ponerse delante y a eludir la cornada en el mejor de los casos. Sorprendentemente, el recorte cada vez prolifera más en esta España neogoyesca.

A mí los recortadores me parecen unos pobres diablos. En el Circo Máximo el espectáculo más celebrado era la caza del cristiano por los leones. Las películas de peplum nos los presentan esperando seráficamente el zarpazo de la fiera, pero yo nunca me lo he creído (al menos no lo creía hasta que vi a miles de jóvenes sufriendo felices el castigo del sol de Madrid sin poder ni siquiera hacerse una foto con el Papa). Lo más probable es que el león encorriese al cristiano y este le intentase hacer un recorte mientras el público romano rugía de emoción.

Ahora nos dicen que van a convertir a Ratón en un semental. Es una idea. Si Ratón genera cientos de ratoncitos, cada uno podrá distraer a miles de recortadores y al final todos andaremos entretenidos con algún torillo en vez de indignarnos por fruslerías. Que era de lo que se trataba.

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