Ritual coreográfico entre sequía y muerte
Está considerada la Pina Bausch de Asia y comparte con la mítica creadora su concentración y el aspecto quedo, cierta aura de distancia, una relación extrañamente cordial y severa a la vez con sus artistas. El trabajo creativo de Ea Sola es escaso en cuanto a su ritmo de producción y muy medido en la estructura, un tipo de coreografía coral que se reconoce como un monumento de seriedad. Desde esa serena discreción, levanta admiración y respeto; es una figura de la creación coréutica global que deja una estela de honestidad por donde pasa.
Sola es vietnamita, de más de 60 años y vive en Francia; le tocó vivir la guerra, y este verano se produjo el esperado estreno mundial en el Festival de Teatro de Nápoles de Sequía y lluvia, que probablemente veremos en otoño en Barcelona y Madrid.
El recoleto teatro Ferdinando ardía en un verano que hará historia por sus elevadas temperaturas, pero esa sensación agobiante desapareció al empezar la pieza que trata sobre la guerra, la muerte de los hijos y la memoria de los parientes. En una primera escena casi silente, las mujeres se pasean con siluetas de cartón donde han pintado a los parientes que se intuyen lejanos por la indumentaria, casi de otro siglo. Sola lo hace todo: se ocupa de la danza (la interpreta y la regula), las luces, el vestuario y la escenografía; también firma parte de los textos junto al poeta Nguyen Duy: letras amargas y sobrias con títulos como Canto del Sol, Canto de la lluvia, Canto anónimo. No hay una descripción realista del caos, sino una contemplación distante, como desde la orilla de la tragedia. Con una sencillez apabullante, Sola despliega su estética. La compañía con ella al frente llegó a Nápoles dos semanas antes del estreno para ensayar y aclimatarse a la ciudad vieja (montañas de basura maloliente, como siniestras esculturas). Se hacía acompañar de una docena de mujeres vietnamitas de entre 65 y 83 años. Todas habían perdido a algún hijo en la guerra y en la obra aparecen con las fotocopias borrosas en blanco y negro de esos muertos. Las llevan en las manos sus madres, los evocan con una manifestación muy controlada de la queja y el dolor, una especie de canon repetitivo y lúgubre, pero nada que ver con la expansiva y dramática, diríase que extrovertida, manera de ser de los mediterráneos.
Sequía y lluvia se articula alrededor de los cánticos de los campos de arroz. La orquesta de instrumentos autóctonos acompaña a las mujeres en el baile y en el canto. El resultado es moderno y atemporal. Sola dice: "Mis trabajos sobre la memoria de la guerra pueden agruparse en una serie de performances -dramatúrgicas y visuales- a las que he dado vida entre 1995 y 2010 para alcanzar otro nivel de memoria". Nos está diciendo que las cicatrices son caminos, que las heridas no por cerradas han dejado de doler. Sequía y lluvia está coproducido por el festival de Edimburgo, el teatro Sadler's Wells de Londres y el festival napolitano.
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