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Mi verdadera historia

DÍA 24

Es sábado, voy a comer a casa de mi padre. Le he enviado hace días mi cuento sin obtener respuesta alguna. Llego pronto, por la impaciencia de saber si lo ha leído, y lo sorprendo en medio de un taller de lectura. Hay nueve o 10 alumnos que se aprietan en el pequeño salón, distribuidos entre el sofá, la alfombra, y unas sillas de tijera. Me siento en el suelo y le observo hablar, moverse. Tiene entre las manos el libro sobre el que trabajan, que no es por fortuna de Dostoievski, tampoco una novela criminal. Al observarlo frente a su público, me acuerdo de cuando mamá y yo lo veíamos en la televisión. Me viene a la memoria lo grande que nos parecía al principio y lo pequeño que nos resultó después. La tele hizo de él un hombre necesitado de audiencia: solo habla para gustar. Lo peor que le puede ocurrir a una novela, dice ahora con gesto de ironía a los alumnos, es que esté bien escrita y que se lea bien. Me pongo rojo de vergüenza porque eso fue más o menos lo que dijeron de mi cuento al premiarlo: que estaba bien escrito y que se leía bien.

Sara, que evidentemente es su novia, apenas tiene seis o siete años más que yo

Terminado el taller, cada uno recoge su silla, la pliega y la guarda en un armario empotrado del pasillo. Luego se van todos menos una de las alumnas a la que mi padre ni siquiera me presenta, aunque sí me informa de que "Sara comerá con nosotros". Sara, que evidentemente es su novia, apenas tiene seis o siete años más que yo. Si hace un rato la deslumbraba con su discurso literario, ahora se dedica a impresionarla con sus dotes culinarias. Me pregunto por qué necesito que este idiota opine sobre mi relato mientras le oigo hablar con Sara sobre el secreto de los espaguetis carbonara.

Durante la comida se dirige por fin a su novia (aunque con una sonrisa irónica, más que de orgullo), para decirle que he ganado el concurso de cuentos de la Coca-Cola. Ella, con la boca llena, pone cara de asombro y me mira como solicitando más información. Patéticamente, como un niño demostrando sus habilidades ante los mayores, le informo de que se trata de un concurso nacional al que se presentaron más de 3.000 originales. Ella asiente con expresión de respeto y pregunta a mi padre qué tal está el cuento. No tengo ni idea, dice él, ya sabes que no leo textos premiados.

EDUARDO ESTRADA

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