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Columna
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Empapados

"Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia porque ellos verán a Dios". Las bienaventuranzas del sermón de la Montaña estaban fuera de programa en el sermón de Cuatro Vientos. Los perseguidos, golpeados y detenidos, en la marcha laica del 17 de agosto aún se lamían las heridas cuando cientos de miles de peregrinos llegados de todos los confines del planeta experimentaban con cristiana resignación la ira desencadenada de las potencias celestiales, 40 grados a la sombra imposible del aeródromo, mareos, desmayos y lipotimias y una tormenta inoportuna que el papa Benedicto afrontó bajo los paraguas desplegados de sus más fieles acólitos. Los cielos ni siquiera respetaron el feliz cumpleaños de Rouco Varela, que demostró que no hace falta recurrir a la trama Gürtel como en la visita papal a Valencia para que las cosas funcionen bien.

Benedicto XVI prodigó en Madrid un mensaje reaccionario en plena sintonía con el Tea Party

Tras este éxito de convocatoria, el cardenal se reafirma como el máximo impulsor del turismo parroquial católico y ecuménico, aunque fallen o se limiten los efectos de las obras de misericordia: se dio albergue al peregrino, pero a cambio de cierta aportación pecuniaria y para dar de comer al hambriento no se multiplicaron los panes y los peces y a muchos peregrinos no les llegó el bendito bocadillo y tuvieron que recurrir a los bares del aeródromo. Dios aprieta pero no ahoga.

La ira divina se había cebado tres días antes sobre las espaldas de los réprobos. Un mando de los sayones antidisturbios, abandonando los buenos modales y el lenguaje políticamente correcto, dio la orden de ataque: "Basta de mariconadas, sacad las porras y lo que haga falta". No hizo falta mucho para disolver a laicos, ateos, librepensadores y cristianos inconformistas. Su reino no es de este mundo, en el sermón de Cuatro Vientos no hubo apenas referencias a los problemas sociales ni a las reivindicaciones de los jóvenes en paro, en el aeródromo estaban todos movilizados y dispuestos para escuchar la palabra de un dios ajeno a los problemas terrenales que demoniza el sexo y la concupiscencia y se reafirma en la defensa del celibato sacerdotal y del matrimonio cuando no haya más remedio que seguir el mandato bíblico de crecer y multiplicarse, con aplicación y sin placer.

El Papa, recordó el portavoz vaticano Lombardi, ha calificado a Jesucristo como "un agitador político y un revolucionario", pero su revolución sigue pendiente, Benedicto XVI prodigó en Madrid un mensaje profundamente reaccionario, de un conservadurismo en plena sintonía con los cristianos heréticos del Tea Party, una monserga más bíblica que evangélica con ecos del Viejo Testamento. Dios, su dios, se eclipsó sobre Cuatro Vientos y tuvieron que intervenir los bomberos, el Cristo agitador y revolucionario tal vez se hubiera alineado con los indignados, con los desposeídos, con los pobres del mundo que no fueron llamados a la juvenil asamblea ni citados en las homilías, sermones y catequesis de estos días.

La sombra alargada de Trento y las negruras del Santo Oficio de prohibir planearon sobre el discurso de Ratzinger, que antes de elevarse a la silla de Pedro ofició como supremo inquisidor. La distancia entre la imagen de modernidad que la JMJ quiso lucir y el fondo arcaico e inmovilista que se desplegó en la convocatoria crearon un sagrado oxímoron, una flagrante contradicción de términos, pecata minuta, nada que no se pueda conciliar en esa Feria del Perdón que alegremente predicaban los confesionarios del parque de El Retiro. Quizás después de Italia, España sea el Estado aconfesional con más confesionarios del orbe, cada uno ocupado por un funcionario de Dios pagado por el César.

El jefe del único Estado teocrático y antidemocrático europeo fue recibido en la laica España con honores y dádivas. "Hemos recibido a un líder religioso que tiene categoría de jefe de Estado y le hemos dado los honores que le corresponden... La Iglesia católica tiene en España un papel relevante que ningún Gobierno debe desconocer". Así se expresaba Trinidad Jiménez, ministra de Asuntos de Exteriores y Cooperación en una entrevista con EL PAÍS este pasado domingo. El relevante papel de la Iglesia católica en España ha sido puesto de relieve una vez más, ensalzado y perpetuado por el Gobierno. Su ministra Trinidad Jiménez no hubiera podido llegar ni a monaguillo en el Estado Vaticano que discrimina y anula la presencia de las hijas de la pecadora Eva, madre de la concupiscencia. Que Dios les pille confesados.

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