El 'Rajoyfloren ursinus'
Esto de los úrsidos es para contarlo. Son tantos y tan variados, que dos ejemplares de ursus, tal que un maritimus y un americanus se encuentran en las Ramblas de Barcelona, un suponer, y ni se saludan, que no se reconocen entre ellos, y qué más natural que saludar a un primo si te lo encuentras en mitad de la calle. Y eso por no buscar un caso extremo, que unos y otros se parecen bastante. Porque si ese roce fortuito se produce entre un Ursus arctos y un Melursus ursinus, nunca, jamás, espere un saludo o un guiño. Cosas de los úrsidos, ya digo, que pueden disimular lo que les dé la gana, pero todos ellos, no lo duden ustedes, son osos. Vamos, osos, osos.
Así que unos y otros tienen características muy similares. Son plantígrados, preferentemente herbívoros y tienen un pelaje algo más que respetable. No les gusta que sus familias monten escándalos, aunque el alboroto levanta alimento y bienvenido sea. Pero es verdad que tienen también notables diferencias. Por ejemplo, el Ursus arctos, más conocido como oso pardo, que ya conocen cómo es y el carácter que tiene: mejor quitarse de su camino cuando está de mal humor, que es capaz de echar de su lado a todo aquel que le lleve la contraria. Este tipo de rajoyfloren que aquí tratamos, un tipo de rompe y rasga, que lo mismo se zampa un kilo de hierbas que despedaza un venado, debe de ser un descendiente de aquellos que en tiempos de Felipe II llegaron hasta el Alberche y el Manzanares, según nos cuenta el tratadista venatorio Argote de Molina. Y ya llegados a uno u otro riachuelo, alguna descendencia debió de establecerse en los alrededores de Chamartín. Y ahí sigue. Reinando: "Me siento capaz de casi todo", parece decir con su arrogante figura.
Por el contrario, el Melursus ursinus, o mejor aún serían los Bradypus o los Choloepus -aunque esa ya es otra historia-, tiene un comportamiento muy distinto, tanto que por eso se le llama oso perezoso. La norma de actuación de este tipo de rajoyfloren es otra: todo a su tiempo, no hay que precipitarse, no empujen, ya llegará, no tengo prisa, la tienen otros. Ha hecho de su facilidad para no meterse en ningún lío la fortaleza de su especie. La vida fluye a su alrededor, el bosque en el que habita es un hervidero de grandes animales e incluso su abundante pelaje acoge a miles de bichos pequeñitos que bajan y suben, que vienen y van. Impertérrito, el oso perezoso echa un vistazo a su alrededor, que para eso tiene un privilegiado giro de cabeza de casi 360 grados y nada le parece digno de encocorarse. Ve correr hacia un lado y hacia otro y ni se altera. Aguarda. Su vida es la espera, la paciencia infinita, la flema. Un desfile de sus congéneres, por ejemplo, le resulta inaguantable: un coñazo, se le habría oído decir si alguien hubiera recogido sus rezongos. Estar de plantón le gusta, que le motiva permanecer siempre al acecho, estar en alerta y montar guardia. Ya caerá la comida, ya caerá el rival, ya caerá algo, que tampoco hay que alterarse. Y cuando finalmente, tras mucho y mucho pensar, horas de dudas sin resolver, dice vamos allá, se mueve a la supersónica velocidad de unos cinco metros por minuto, mal contados, lo que no quiero decirles lo que podría tardar en hacer el Camino de Santiago. Despacito, muy despacito, y buena letra. Así que puede decir muchas veces que se adelante algo, unas elecciones, por ejemplo, como si estuviera impaciente, pero lo hace así como al bies, que tampoco es cosa de ponerse a tomar decisiones. Bobos solemnes, llama a quienes se apresuran en el caminar. Insiste en que él es quien mejor personifica esa virtud tan escasa que es el sentido común, y quien mejor representa a la gente normal, dice, la gente a la que no gusta meterse en líos. Pero hay quien responde que bien está la holganza, pero no tanta. Recordemos que este tipo de rajoyfloren pasa casi toda su vida cabeza abajo. Come y duerme colgado de los árboles, costumbre un tanto estrafalaria, la verdad, no muy propia de quien presume de adalid de la normalidad. ¿Colgado?
Mientras, el oso pardo, en su camino imparable, va eliminando enemigos, pequeños y grandes, y hasta ejemplares que en algún momento fueron amigos, incluidos argentinos. A estos los abraza, y ya se conocen las consecuencias de los abrazos del oso. Prefiere ricos panales de miel, pero tampoco desdeña la carroña, que no se hace uno con un montoncito como el que lucen si se tienen demasiados remilgos. Hay individuos de osos pardos, además, a los que les gusta mucho construir torres, y existen ejemplos reseñados en la literatura científica. No siempre les sale todo bien, que hay constancia escrita de que a veces han huido dejando la madriguera hecha un asco. Pero como la memoria del respetable es de mosquito, no le han molido a palos cuando le han visto regresar, ufano y un punto jactancioso, sino que le han colmado de parabienes, y venga halagos por aquí y carantoñas por allá. En realidad, y debido a su carácter de superdepredador, los osos pardos no tienen miedo de ningún otro predador. Excepto del hombre, claro. Por eso se dijo seriamente de un determinado individuo de esta especie que era un ser superior. Ahí es nada: un ser superior.
¿Pero de verdad es tan perezoso el oso perezoso como se dice en los tratados? Sí, rotundamente sí. Dé usted un árbol con buenas ramas o una hamaca confortable a un perezoso y no se moverá de allí. Por ahorrar energía. Para qué, si está convencido de que es inexorable el advenimiento de lo que le corresponde por naturaleza, sea lo que sea aquello que se aguarda. Que nada importa si no se encuentran las notas que aquí las traía anotadas. Aun así, y contando con que el futuro solo puede decantarse de una manera, del lado de las personas normales, no hay que olvidar que estos rajoyfloren perezosos cuentan con un suplemento que no conviene desdeñar, que son unas garras de aquí te espero, que te rajan de arriba abajo en un suspiro. Tranquilísimos y a paso de perezoso, sí, pero te rajan. Los osos pardos, sin embargo, se mueven mucho, pero economizan energía de otra manera: hibernando. Así que durante el invierno permanecen escondidos, sin dar cuartos a ningún pregonero, para aparecer con la primavera. Es entonces, con los ánimos ya renovados, cuando se dedican, con enfermiza fruición, al fichaje de jugadores de fútbol, frenética actividad de la que se desconoce el origen. Decenas y decenas de millones de euros para comprar defensas, medios y delanteros. Mucho de todo y preferentemente muy caro. ¿Quién pide más? Ese, que me lo traigan, clama el rajoyfloren, cual coleccionista de piernas peludas. Se ha comprobado, además, que no les importa la procedencia de los adquiridos: turcos, brasileños, argentinos, franceses o portugueses. Sobre todo, portugueses. Menos les gustan los de la cantera.
Están convencidos los rajoyfloren, una y otra variante, de que su misión en esta vida es acabar de una vez por todas con esos animalitos tan molestos y fastidiosos, el rubalmessi y el zapaterdiola. Y creen que lo conseguirán más pronto que tarde. Cuentan para sus fines con el apoyo de los poderosos aznarourinhos, tan obsesionados como ellos. Peste a erradicar, que se van a enterar, murmuran.
Así que aunque se crucen en la Cibeles el rajoyfloren pardo, raudo y con los cristales tintados camino del Santiago Bernabéu, y el otro rajoyfloren, el perezoso, lentísimo en su camino hacia el Congreso de los Diputados, ocho años en apenas mil metros, tampoco se saludarán.
Cada uno irá ensimismado, con la vista fija en su sueño. Pero seguro que coincide el alma de su soliloquio: el triunfo ya es nuestro, sueñan ambos.
Próxima semana: El 'rubalmessi vulpes'
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