Turquía desentierra el hacha de guerra
Ankara ultima una nueva estrategia militar para aplastar a la guerrilla kurda
"Se nos ha acabado la paciencia", dijo el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, el miércoles, antes de que la aviación turca bombardeara las bases del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) en Irak. Era la respuesta del Gobierno a los últimos ataques de la guerrilla kurda que, en las últimas dos semanas, se han cobrado la vida de 40 soldados. Los bombardeos, que se repitieron el jueves por segunda noche, apuntan a que Ankara se dispone a poner en marcha su nueva estrategia antiterrorista.
Así lo dijeron el Ejecutivo y el Ejército durante el Consejo Nacional de Seguridad celebrado el jueves, en el que se ultimaron las medidas para la nueva estrategia en el sureste del país. Según la prensa turca, la estrategia prevé ataques aéreos, incursiones terrestres en la frontera con Irak -algo que no ocurre desde 2008-, despliegue de grupos de élite de la policía y un especial refuerzo de la presencia policial y militar en la provincia de Hakkari, donde una bomba mató a principios de semana a nueve soldados turcos. Además, se contempla pedir más ayuda a EE UU e intentar acabar con las ayudas financieras que organizaciones extranjeras simpatizantes prestan al PKK.
"Se acabó el tiempo de las palabras, ahora se actúa", aseguró Erdogan. Los turcos se preguntan si sus palabras vaticinan el retorno a la línea dura contra el PKK, que se ha cobrado 40.000 víctimas en 27 años. De momento, el anuncio supone el fin de las negociaciones clandestinas con el encarcelado líder del PKK, Abdulá Öcalan. Pero también el fin de las reformas prometidas por el Gobierno a los 14 millones de kurdos que viven en Turquía, y que muchos esperaban ver materializadas en la futura reforma constitucional.
El conflicto kurdo puede volver a encenderse, al calor de las revueltas árabes. Además, existen factores internos. Primero, el boicot al Parlamento del Partido de la Paz y la Democracia (BDP) -único partido kurdo con representación- podría forzar nuevas elecciones en el sureste en otoño. Segundo, la proclamación de autonomía de las provincias del sureste hecha por intelectuales y políticos kurdos a principios de verano. Y, sobre todo, el cansancio de una población que ve cómo su Gobierno no materializa las promesas de apertura.
El AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo, de Erdogan), que a principios de agosto consumó su supremacía sobre las todopoderosas fuerzas armadas, no puede permitirse dar imagen de flaqueza. El Gobierno quiere demostrar que el país seguirá estando seguro a pesar de la pérdida del peso político del Ejército. Sin embargo, Erdogan ha de hilar fino. No sería conveniente para la imagen democrática de Turquía revivir la situación de los años noventa, con miles de desaparecidos y atentados de las guerrillas urbanas.
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