Ópera para tucanes
El teatro Amazonas de Manaos tiene en su interior una "guardia real" que impone. Imagínense. Rodeando el coqueto patio de butacas las máscaras que coronan las columnas no son anónimas y lanzan con su silencio un guiño de complicidad al espectador. Allí están, entre otros, Molière, Lessing, Goethe, Rossini, Verdi, Wagner, Lope de Vega, Calderón, Corneille, Racine, Mozart, Beethoven, Schiller o Aristófanes, como testigos mudos de un tiempo que pasa. Nadie diría que la floresta está ahí al lado. El telón pintado por Crispim do Amaral, escenógrafo brasileño de la Comedia Francesa, sobre el carismático tema del Encuentro de las aguas, esa curiosa convivencia en las afueras de Manaos de los ríos Negro y Solimoes, cada uno con su color y temperatura, devuelve al espectador al lugar donde se encuentra y le sumerge en un ambiente de leyenda. Es difícil sustraerse a un realismo mágico que penetra hasta el último suspiro. ¿Un teatro de ópera en el corazón de la selva? Pues sí. En sus orígenes, a finales del XIX, respondía a un sueño tropical de cultura y grandeza propiciado por la boyante economía local. Hoy es el emblema de un proyecto cultural y social.
El enriquecimiento debido a la hegemonía en la explotación del caucho en aquellos años está en el origen de este "amor da perdiçao", que diría el cineasta portugués Manoel de Oliveira. Bendita locura. Los tranvías eléctricos, o la iluminación por alto voltaje o los primeros cines, llegaron antes a Manaos que a Río de Janeiro o São Paulo. Se imprimían periódicos en francés, alemán e inglés. Manaos era la vanguardia de Brasil. Pero el faro del mundo era entonces París y Manaos quiso imitarla. ¿Cómo? Construyendo un teatro de ópera como imagen del esplendor de una sociedad. Los ricos de entonces podían haber invertido su dinero en otro tipo de actividades. Pero optaron por la ópera, el espectáculo glamouroso que combinaba intuitivamente brillantez y locura. Y así se fue levantando un teatro con las mejores maderas de la vecina selva, azulejos de Limoges, mármoles de Carrara, lámparas de Sèvres, baldosas de Alsacia. Hasta el mismísimo Eiffel diseñó en Manaos un mercado a orillas del río Negro.
Después de 16 años de accidentados trabajos el teatro se terminó de construir en 1896. El presupuesto inicial de 250.000 cruceiros se había disparado a 20 millones. La primera ópera que se representó fue La Gioconda, de Ponchielli, el 7 de enero de 1897. Con el paso del tiempo se dispararon las historias sobre el teatro. Que si Caruso había cantado en Rigoletto, que si Sarah Benhardt había interpretado Fedra, de Racine, que si Anna Pavlova había bailado El lago de los cisnes. Hoy en día pocos lo desmienten y menos aún lo aseguran. La ambigüedad poética se instala en el arte de contar. La alta humedad y las elevadas temperaturas existentes incentivan la fantasía. También la Reina Sofía es en la zona un personaje de leyenda. Un mono le mordió cuando estaba en el hotel de selva Ariau y alrededor de ello se han fraguado infinidad de narraciones, a cual más imaginativa. En la órbita legendaria también se sitúa la película Fitzcarraldo de Herzog, con Caruso incorporado. Lo que sí es comprobable es la actuación en el teatro de Manaos de multitud de compañías líricas italianas, francesas, españolas o portuguesas. Pero la hegemonía del caucho llegó a su fin y ello propició épocas de crisis. Llegaron a pastar las vacas en el teatro y se consolidó un proceso de degradación. De cuando en cuando surgieron voces para poner las cosas en su sitio y recuperar el esplendor perdido. Hubo reformas en 1929, 1962 y 1974, antes de la comenzada en 1987, que ha dejado el teatro tal y como está ahora.
Los últimos quince años el Festival Amazonas se ha convertido en el eje de una transformación cultural y social de altos vuelos, gracias sobre todo a la lúcida gestión de Luiz Fernando Malheiro, que ha apostado por la cantera en los cuerpos estables (como lucha contra la drogadicción juvenil como valor añadido) y que además ha empujado la recuperación de obras de compositores brasileños como Carlos Gomes -desde Condor a Lo schiavo-, Heitor Villalobos o Mozart Camargo Guarnieri, unido a la programación de títulos en los que la selva es el foco de motivación, desde la coreografía Grito Verde hasta la ópera Florencia en el Amazonas del compositor mexicano Daniel Catán. Todo ello al lado de apuestas que van desde El anillo del Nibelungo, de Wagner, con un simposio internacional de campanillas en paralelo; Pelléas et Mélisande, de Debussy; Ariadne auf Naxos, de Strauss; Don Carlo, de Verdi, o Don Giovanni, de Mozart, es decir, los títulos de mayor dificultad afrontados sin ningún complejo y puestos al lado de otros más pegados a la modernidad como la aventura operística de Roger Waters. Este planteamiento y la política económica de precios ha dado como resultado que Manaos tenga uno de los públicos de ópera de media de edad más baja del mundo y que la ópera sea una de las manifestaciones de ocio preferidas por la juventud según las encuestas. Un último detalle: en las entradas se recomienda la asistencia al teatro con la debida compostura en el vestuario, es decir, sin chanclas, bermudas o camisetas. Tomen nota.
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