Temor a la recesión
Hacen falta políticas que fomenten el crecimiento para devolver la confianza a los mercados
Sin crecimiento económico no solo no es posible pagar las deudas, sino que las empresas pueden acabar anoréxicas, y con ellas las posibilidades de reducir el desempleo. Ayer, la reacción de los mercados de deuda fue una manera elocuente de subrayar esa evidencia. Aunque algo tarde, todas las Bolsas han reaccionado con desplomes en sus cotizaciones a la acumulación de evidencias que señalan ritmos de crecimiento reducidos para todas las economías. Los indicadores correspondientes al segundo trimestre de este año ya mostraron una marcada desaceleración en la totalidad de las economías avanzadas, acompañada de previsiones en la misma dirección para las más importantes economías emergentes.
La confirmación de esas expectativas en los informes de algunos bancos de inversión, como el que Morgan Stanley hizo público ayer, no ha hecho sino acentuar la presunción de esa anemia en el conjunto de la economía mundial. La anticipación de menores beneficios empresariales, que se registra en las cotizaciones bursátiles, ha ido acompañada de descensos igualmente significativos en los precios de las materias primas y un ascenso en los precios de los activos considerados refugio en situaciones de riesgo, el oro y los bonos públicos.
No es casual que sean los títulos de deuda soberana, en especial los de Estados Unidos, los que se hayan beneficiado de ese pánico bursátil. El temor a elevados déficits públicos ha sido relevado por otro más determinante, el de la paralización de las economías y su impacto en los sectores empresariales más expuestos. La erosión de la confianza de empresas y familias por las pérdidas bursátiles de las últimas semanas realimentará ese cuadro de estancamiento sobre el que las autoridades económicas deberán actuar de forma coordinada lo antes posible. Desde luego, en Europa.
Ha sido en la eurozona donde el Banco Central Europeo y la mayoría de los Gobiernos, lejos de favorecer políticas neutralizadoras del estancamiento, han priorizado actuaciones contractivas. Hasta la directora gerente del FMI advertía hace unos días de esos peligros y sugería una estrategia distinta: comprometer el saneamiento de las finanzas públicas a medio plazo con estímulos a la demanda a corto plazo. No es un ejercicio fácil, tras la inútil retórica de la austeridad a ultranza, pero menos aconsejable es empeñarse en favorecer la entrada en una nueva recesión.
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