Otra cuidadora tramitaba la adopción de uno de los fallecidos
A la salida de misa, sobre la una y media de la tarde, muchos vecinos de Boecillo se enteraban de la muerte de los tres menores a pocos metros de sus casas. Era la única conversación entre el medio centenar de personas que se habían acercado a la iglesia, en el centro del pueblo. Al conocer la noticia, algunos optaron por acercarse al chalet donde sucedieron los hechos, a unos 200 metros. En una casa de reciente construcción, rodeada de césped (en el que había clavado un molinillo de viento), se había cometido una atrocidad que nadie comprendía. "Los veíamos pasear casi todos los días y el trato de las cuidadoras con ellos siempre era bueno", aseguraba una de las vecinas.
A las dos, la Guardia Civil ya había quitado el cordón tras el levantamiento de los cadáveres. Ninguno de los vecinos conocía el número de menores y de trabajadores del centro. Los habitantes de las casas más próximas al número 1 de la calle Almendro, dirección del chalet de la Asociación Mensajeros de la Paz, no habían hablado nunca con las cuidadoras, ya que ninguna vivía en Boecillo. Cada día se trasladaban hasta el pueblo para atender a los menores.
Las trabajadoras se disponían a entrar al centro a media mañana, cuando se encontraron con la desagradable sorpresa. Su compañera había supuestamente asesinado a tres niños. No podían contener el llanto. Uno de los vecinos las invitó a entrar a su casa para que se tranquilizasen. Pero era imposible. Una de ellas sufrió un desmayo y fue reanimada por sus compañeras. Otra confesaba que estaba en trámites de adopción de uno de los niños. "Tan solo quedaban unos papeles y hubiera estado en mi casa", aseguraba con lágrimas en los ojos.
Silencio y bando
El ajetreo de la mañana se convirtió en silencio absoluto por la tarde. Todos los establecimientos permanecieron cerrados por ser día festivo y los vecinos optaron por quedarse en sus casas. Unos pocos salieron por la tarde a la terraza de uno de los bares. La serenidad de un pequeño pueblo en medio de la llanura castellano-leonesa se había transformado en desasosiego.
Los vecinos leían los bandos que el Ayuntamiento había colgado por las calles. Todos quedaban convocados para la concentración silenciosa de esta mañana, en la que mostrarían su dolor por la noticia que había trastocado la rutina de la apacible villa vallisoletana.
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