Valentina
Miras el paisaje de agosto entre el resquicio de la sombrilla y el parapeto de crema solar, y el mundo presenta todavía sus constantes vitales: los niños juegan, los ejecutivos pasean por la orilla, las abuelas leen una revista del corazón y las jóvenes ninfas juegan al voleibol. Miras el paisaje de agosto y crees que no pasa nada, que al abrir los ojos todo habrá pasado y que Valentina ha vuelto y arroja su influjo desde A Coruña, el pelo a lo garçon, los ojos de avellana, el mundo en la boquilla, Valentina, los cielos de Crepax, Eros en un charco de tinta china.
¿Qué tendrán esos dibujos que nos miran desde el lugar oscuro? ¿Qué tendrán que nos recuerdan otras edades, otras viñetas, otros veranos, otros amores? Todo fue así alguna vez, en otro tiempo. El mundo aprieta los dientes y tirita como un perro abandonado pero las musas, más carnales que nunca, acercándose a la orilla, confundiendo al veraneante con sus cantos de sirenas ¿Bailas? ¿Sueñas? ¿Estás ahí? No confundas su bikini brasileño con las cariátides, suele pasar, ni sus andares de Ipanema con las gracias de Rubens, pídeles si acaso que cuando fumen fumen como Valentina, un leve fetichismo en la sombra de ojos, un arete al pie, esclavas de la belleza, volutas que se pierden en el cielo, ninguna igual a la otra, como las nubes que ves desde la toalla, todas irrepetibles, las nubes.
Valentina, el mito del cómic, Eros en un charco de tinta, ha vuelto y arroja su influjo desde A Coruña
El periódico del día revolotea de un lugar a otro y trae al pasar la lectura apresurada de sus heraldos negros: hoy por Londres mañana por ti, los muertos de apellidos familiares, los sacramentos como tablas de surf en equilibrio entre este lugar y el otro... Quizás era un periódico de ayer, en verano se repite el mismo espejismo, siempre arde Londres, siempre hay huelgas en los cielos y salmonelosis en la tierra...
Y ya el vino madura en la parra de la casa del padre y propaga su olor bíblico por toda la infancia, que es cuando uno vuelve definitivamente a agosto: la fruta de la huerta, los gatos al sol, las avispas borrachas de azúcar, la lluvia de estrellas la noche de San Lorenzo, los pimientos que este año tienen un picor más pronunciado...
Agosto, el gran mes de la emigración de las almas, el más del largo y cálido verano, de la bella estate, arroja su lluvia de estrellas sobre los mortales absortos en la declaración universal de sus penas: el cuadro del colesterol, la evolución de la prima de riesgo -nada más prosaico- el precio de los carburantes, y para ser todavía más groseros, las próximas elecciones...
Sí, pero tenemos más a flor de piel a Valentina, tenemos más ganas de relatar los sueños al despertar: anoche mismo soñé con Su Majestad y no sabía en qué lengua hablaba, ni el modo de dirigirme a Su Majestad. El Rey estaba desnudo, como todos, por agosto, más cercanos al cielo y a la piel. Una monarquía tal vez atópica.
No, no hay que caer en la tentación de fijarse en la portada que relata un día más la tragedia griega, Antígona, Electra, Calíope, mejor dejar que esta odisea conduzca tus pies de una punta a otra de esta orilla, llegar a las rocas, llegar a la orilla... Y recalar en el sueño de Valentina, aquellos veranos italianos de padres en camiseta y esos paisajes posteriores de mujeres en bicicleta que tanto amaban Crepax y Fellini...Tenía hambre de sueños aquel mundo de posguerra, tenían ganas de dibujar aquel mundo miserable y hambriento como una nueva Atenas.
Porque el clasicismo es una manera de tumbarse al sol y cerrar los ojos y en sombras reanudar el diálogo con los clásicos: no precisamente Platón, no, sino esa canción del verano, ese cielo, ese olor de aceite solar. Cerrar los ojos y entrar en el jardín de las Delicias: llamas en Londres, bikinis en laya América, masas que devoran cientos de pimientos en Herbón, vikingos en Catoira y Valentina con el dedo en el labio, el pelo a lo garçon, saludando a la francesa desde A Coruña. Un fumetto, una historieta, nada.
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