Un imprescindible acento
Quizás ningún testimonio como el que Tía Anica la Piriñaca (Ana Blanco Soto, Jerez, 1899-1987) dejó a José Luis Ortiz Nuevo en aquel libro memorable que fue Yo tenía mu güena estrella. Ahí quedó plasmada la historia personal de esa cantaora y, a la vez, la de otras tantas mujeres anónimas que apenas llegaron a dejar muestras de su arte, víctimas de unas normas sociales o étnicas que las obligaron a acallar su canto. Pero de la misma forma que La Piriñaca, que al fin fue libre para dejarnos su arte cuando enviudó, históricamente el flamenco no se podría entender sin la aportación de la mujer. Desde la casi legendaria María La Andonda, quien tuviera amores con El Fillo, a la más real Mercé, La Serneta -Mercedes Fernández Vargas, nacida en Jerez y muerta en Utrera-, el flamenco comenzó a tener nombre de soleá y acento de mujer.
Poco después, en la figura de Pastora Pavón, La Niña de los Peines (Sevilla, 1880-1969), cabría todo el flamenco, dada la amplitud de sus registros y de sus conocimientos. Pastora fue un antes y un después. Difícil será que cualquier noche de flamenco de este verano concluya sin que resuenen los ecos de su arte. Como dejaron sentado los maestros, Ángel Álvarez Caballero entre ellos, ella "lo cantó todo y todo bien". Sus registros sonoros fueron declarados justamente Bien de Interés Cultural por la Junta de Andalucía, y sus grabaciones, registradas en discos de pizarra, convenientemente restauradas y editadas en 13 CD, constituye una enciclopédica obra de referencia y, al mismo tiempo, una metáfora de la importancia que su legado tiene en pleno siglo XXI para el cante de mujer y el flamenco en general.
Antes y después de La Niña de los Peines, la historia ha estado poblada de otros nombres femeninos que resultan imposibles de olvidar, por más de que en esto del cante las preferencias sean muy de cada cual. Pero nada habría sido igual sin Fernanda y sin Bernarda de Utrera, sin María La Perrata, sin Paquera de Jerez y sin La Perla, por citar solamente a algunas de las indiscutibles y más cercanas que muchos han podido disfrutar.
Consciente de la importancia de este legado, Carmen Linares publicó en 1996 su Antología de la mujer en el cante, un trabajo de referencia, reeditado 10 años después, en el que más allá de los grandes nombres, se acordó de La Mejorana y de Rosa La Papera, la madre de La Perla de Cádiz; de La Trini y de La de Peñaranda, de La Repompa y de La Antequerana, de Tía Marina Habichuela o de Antonia Pozo, de La Conejilla, María Limón o Juana María... Una muestra extensa o reducida según se mire, pero grande por su significado y por la justa reivindicación que supuso.
Hoy Carmen Linares, reconocida por fin este año de la forma que ella merece -recibió de la Academia de la Música el premio de la música a toda una vida-, es un afortunado icono del cante de mujer, al que ella aporta señorío, clase, innovación y magisterio.
Pero no está sola: Mariana, Carmen de la Jara, Tomasa La Macanita, Rosario La Tremendita... Mayte Martín y Argentina. Una puede que evoque esta noche a Pastora, la otra quizás se atreva con La Paquera. Diferentes enfoques, gustos, timbres... Exponente siempre de la variedad de acentos de un cante de mujer que parece tener garantizada su continuidad.
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