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Columna
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SUBURBIO

Tomàs Delclós

Otra revisita a una buena serie para ir tirando en pleno verano. Shameless (TNT). Como sucede con tantos otros inventos británicos, la televisión estadounidense también ha hecho su propia versión, modificando la colocación de acentos para ajustarlo a los teóricos gustos de su público. Pero vayamos a la fuente...

Shameless es la historia de una familia, pero no de una familia cualquiera. El retrato de esta tribu suburbial, los Gallagher, reúne todo un coro de personajes; un padre que lo es todo -vago, alcohólico, inútil- menos tutor de su rebaño. La mujer lo abandonó por otra y, cuando no está en el pub, visita a una vecina incomprensiblemente enamorada de él que, por si faltaba algo, le dará gemelos. La patria potestad la asume la hija mayor, Fiona. La miseria reina en este hogar, pero no estamos ante un relato a la manera de Ken Loach. No se trata de dar pena todo el rato. Al contrario, a veces de forma inverosímil, los personajes tienen una rara capacidad de supervivencia y de disfrutar la vida perra que les ha tocado. Mecanismos para ello: la solidaridad vecinal y una moral adaptable a los tiempos que corren.

Una escena clave en este sentido es la del policía local enamorado de la chica que, para avanzar en sus pretensiones, detiene a su novio, un simpático ladrón de coches de gama alta. Pero una vez que lo tiene en el furgón se lo repiensa. Elipsis y en una escena siguiente vemos al ladronzuelo campando libre la mar de feliz y al policía... conduciendo un coche de lujo. Entre iguales no hay que fastidiarse.

La serie es una idea de Paul Abbott que sabe de lo que habla porque su infancia fue un completo desastre. Ocho hermanos tutelados por los servicios sociales públicos.

En uno de los capítulos emitidos esta semana el barrio se encuentra literalmente asediado por el Ejército. Dos de los protagonistas habían robado, sin saberlo, carne contaminada para una investigación militar y las autoridades ponen en cuarentena toda la zona. Encerrados dentro de un muro, la imagen traslada al espectador la idea de un barrio de socorro mutuo, abandonado por el moribundo Estado de bienestar, que sabe combatir y, al mismo tiempo, aprovechar los flecos para sobrevivir con algunas alegrías. Hay mucha ternura y acidez en esta crónica suburbial.

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