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EXTRAVÍOS
Columna
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Lejos

No hay sino que revisar nuestro vocabulario para percatarse de cómo la técnica se ha impuesto en el reino de la comunicación actual. Pero no se trata sólo de salvar distancias físicas mediante un viaje, cuya duración, en comparación con épocas anteriores, se ha acortado hasta lo insignificante, sino que la técnica burla la hasta hace poco mítica lejanía hasta disolverla. En este sentido, se suceden los términos que así lo consignan, como telegrama, teléfono, televisión o, entre un sinfín de vocablos parejos, telemática, que reúne el sofisticado conjunto de tecnologías de la telecomunicación o informática.

Casi todas estas nuevas palabras se forman a partir del prefijo tele, etimológicamente procedente del griego telos, que significa "lejos", con lo que, según sea el sustantivo al que anteceden, nos está indicando que se ha inventado un aparato que anula la distancia de la escritura, de la voz, de la imagen o de cualquier otra información, sea de la índole que sea. Con razón, por tanto, el escritor italiano Antonio Prete, autor de un ensayo titulado Tratado de la lejanía (Pre-Textos-Universidad Politécnica de Valencia) puede afirmar que "la técnica hoy triunfante es, efectivamente, la técnica de lo lejano".

La intención de Antonio Prete al escribir el mencionado libro no ha sido, sin embargo, explayarse acerca de los obvios beneficios de esta tecnología en boga, sino hacernos reflexionar sobre lo que supone esta pérdida de la distancia física entre los humanos. Lo hace mediante una recapitulación muy erudita y bien urdida de los testimonios al respecto que conservamos del pasado, cuando la distancia era un problema insalvable, pero centrándose en los de más enjundia, como los filosóficos, los literarios o los artísticos. Gracias a ello, nos enteramos cómo tradicionalmente la tan temida distancia rendía, no obstante, algunos dorados frutos, cuyo olvido nos podría perjudicar.

Pero, antes de abordar los que aquí más me interesan, los del arte, quisiera hacer hincapié sobre la equivocidad y la ambivalencia del uso del término distancia, que no cabe limitar a lo negativo. No se puede condenar, por ejemplo, a quien toma distancia de algo para mejor comprenderlo o valorarlo. En arte, asimismo, es imprescindible alejarse para examinar mejor la realidad que se observa o la propia obra realizada. Uno de los géneros pictóricos más acreditados, el paisaje, se llamó originalmente "pintura de lejos", que no se limitaba sólo a representar el inabarcable horizonte como tal, sino propiamente a aproximarlo; esto es: a enlazar el lejos y el cerca. Más: a darnos noticia de todo más allá, no fuéramos a creernos que el mundo se acaba con lo que tenemos delante de nuestras narices.

El término castellano "lejos" procede del latino laxius, que significa "más ampliamente, más libremente, más separadamente", lo cual por sí solo habla, no hay que insistir demasiado en ello, de las ventajas, artísticas o no, de fijarse en la lejanía y sacarle su mucho provecho estético y moral. Al final, como apunta adecuadamente en su sabio ensayo Antonio Prete -que, por cierto, nos advierte de la conexión entre los términos "lontananza" y "remembranza", pues recordar es hacer presente el pasado lejano-, "no se trata de oponer el arte de la lejanía a la técnica de la lejanía, sino apenas de mostrar que una de las tareas del lenguaje... consiste en no reducir el espesor de la lejanía, la riqueza de sus variantes, la profundidad de sus representaciones, los territorios inconmensurables de su espacio". De manera que, salvar las distancias puede que sea un progreso, pero anularlas podría convertirlo en algo humanamente devastador.

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