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Columna
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Solo ricos

Carlos Boyero

Woody Allen contaba con impagable gracia y bastante ternura en La rosa púrpura de El Cairo y en la autobiográfica Días de radio que en la época de la Depresión y durante su infancia en un barrio obrero el mayor placer de los que tenían dura la supervivencia era ver en el cine y escuchar en la radio a gente que encarnaba el lujo, la sofisticación, la riqueza. La soñadora y maltratada ama que encarnaba Mia Farrow en la primera alucinaba al comprobar que su aventurero príncipe salía de la pantalla para hacerla feliz. En la segunda toda la pintoresca y judía familia se congregaba extasiada alrededor de una radio en la que las atipladas voces de un aristocrático matrimonio hacían todos días la crónica social de su fastuosa existencia.

Durante mucho tiempo la mayoría de las cadenas televisivas aspiraban a tener su realista programa habitado por yonquis, lumpen, indigentes, marginales, manguis, gente sufriente que intenta sobrevivir desde la pobreza extrema. Viendo la proliferación con coartada documental de la ruina ajena, deducías su aplastante éxito de audiencia, el morbo del personal al constatar que hay otros que están mucho peor que ellos, la certidumbre de que el que no se consuela es porque no quiere.

Los sociólogos que asesoran al basurero sobre las cambiantes necesidades de la plebe, deben de haberle convencido de que estos desolados tiempos precisan documentos exhaustivos sobre la esplendorosa vida de los ricos. No puede ser casual que al zapear te encuentres inevitablemente con reportajes sobre millonarios (ningún rico de siempre, con pedigrí, sin necesidad de esa cosa tan hortera llamada ostentación) que abren a las cámaras las exhibicionistas puertas de sus mansiones, y declaran a sus entrevistadores el mareante precio de lo que poseen, sobre el estilo de vida, los caprichos y los lugares exclusivos donde se divierten los VIP. También asocian grotescamente a estos nada estimulantes ricos con el concepto cool. Les sonará a lo mismo. El caso es tirarse el rollo. Y sale mogollón Carmen Lomana, una acartonada dama que imparte al vulgo clases de elegancia, modales y glamour. Sientes vergüenza ajena. El éxito no necesita vergüenza, aseguran los cerebros del vertedero.

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