¡Lenin, despierta!
"¡Despierta, Lenin, estos se han vuelto locos!", escribió en una pared un ser humano tan clarividente como desesperado durante la primavera de Praga mientras los tanques rusos invadían Checoslovaquia. Un grito de socorro que se haría célebre al extenderse al otro lado del telón de acero, como la Bulgaria de los primeros ochenta, en la que se adentra el melodrama El mundo es grande y la felicidad está a la vuelta de la esquina, película de rimbombante título que marca un tono: el de la esperanza en un universo mejor, el de la confianza en la humanidad por encima de las penurias, el del valor del cine para la (leve) sacudida de conciencias.
Stephan Komandarev, apenas un adolescente en aquellos años de apología de la delación entre amigos y vecinos, dirige la función apelando a ese espíritu de la memoria histórica en el que no es preciso hacer sangre con el pasado. A través de un protagonista que, tras un accidente, sufre amnesia, Komandarev trata un olvido doble, el individual y el colectivo, con un retrato a dos tiempos en el que el pretérito es dibujado con ese color sepia tan característico convertido en cliché. De ritmo moroso y reiterativo, El mundo es grande... es algo así como un intento menor de aquellas cintas con niño y ambiente histórico que asaltaban el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, pero ciertos apuntes quedan en la retina. Como ese detalle de amnesia colectiva ejemplificado en el eslogan "por una nueva Bulgaria", escrito bajo la foto de un aspirante a cargo electo en el presente y villano y medrador profesional en las escenas del pasado.
EL MUNDO ES GRANDE Y LA FELICIDAD ESTÁ A LA VUELTA DE LA ESQUINA
Dirección: Stephan Komandarev.
Intérpretes: Miki Manojlovic, Carlo Ljubek, Hristo Mutafchiev, Anna
Papadopulu. Género: melodrama. Bulgaria, 2008. Duración: 105 minutos.
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