_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

De misterios vascos

Son pocos los años transcurridos desde que arribé a estas tierras. Tal vez, como sostenía el personaje, quise que el azar se convirtiera en destino. Destino en el que habito. Mi primer recuerdo del País Vasco me lleva al Vicente Calderón. Allí, a aquel estadio de piedra de la cabeza a los pies como el Comepiedras de La Historia Interminable, íbamos a ver los partidos del Atlético de Madrid -domingo sí, domingo no- mi padre, mi hermano menor y el niño que era yo. Todavía puedo oír los comentarios de las gradas cuando nos visitaban las camisetas rayadas del norte. Había en ellos algo que se me escapaba. Habla Unamuno de los exfuturos. De esos yoes que ante cada bifurcación en el camino de la vida vamos dejando en la cuneta. Lo que podíamos haber sido y no somos. Quizás sin ese misterio que encerraban las gradas mis yoes despojados hubiesen sido otros.

Los años me obligaron a mirar más allá de aquellas admiradas camisetas blanquiazules y rojiblancas victoriosas de los ochenta, más allá de los viejos San Mamés y Atocha. Me obligaron a mirar de hito en hito al misterio. Y mi cariño emigró de los Satrústegui, Argote, Dani, Górriz a los Pagaza, Ordóñez, Pardines, López de Lacalle... Esos sí que se jugaban la vida en cada lance. Y en la lejanía, ante el alud de primeras páginas de plomo y sangre, me decía que, a buen seguro, el misterio había de ser muy grande. Y leía y escuchaba, pero se me resistía su veladura. Al decir de algunos, hay cosas que sólo se pueden conocer sobre el terreno. Pero era una más de esas falacias que vamos descubriendo a la largo de la vida, en este caso, la del protagonista. Otra falacia era el propio misterio. El plomo y la sangre no eran la consecuencia de un conflicto. El plomo y la sangre eran para que hubiera un conflicto.

Y nacieron otros misterios. Y pensaba en Will Kane, el Gary Cooper de Sólo ante el peligro. Como es sabido, recién casado con la bonita Grace Kelly le brindan la oportunidad de huir ante la inminente llegada al pueblo de cuatro forajidos con la intención de saldarle las cuentas. Cooper dice que no puede marcharse. ¿Por qué no se va Gary Cooper? Ese sí que es un misterio. El mismo que el de esos pocos vascos que pese al plomo y la sangre se resistieron a entregarles la ciudad a los bárbaros. Vascos como el personaje creado por González Sainz que, "sin proponérselo, sin pensarlo siquiera a decir verdad, sin ponderar ni contrapesar ni tener en cuenta nada que no fuera lo que él llamaba, con palabras que a lo mejor le venían un poco grandes, lo absolutamente irrenunciable y sin excusa alguna que valiera, perseveró allí como perseveran los árboles y las plantas y a veces, aunque sólo a veces, perseveran también algunas personas". El Vicente Calderón ya no es de piedra de la cabeza a los pies. Muchos partidos ya no se juegan en domingo. Pero las gradas continúan encerrando misterios.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_