Enemigos de las promesas
El ganador de este curso político es, sin duda, el relato. El curso 2009-2010 nos trajo el marco pero aguantó poco, el relato se ha ido imponiendo y la palabra se ha invocado como si de un nuevo Grial se tratase.
Empezó a emerger el pasado otoño. Los tres partidos del anterior Gobierno dijeron que habían tenido problemas de comunicación. Problemas de comunicación, seguro, pero no hace falta ponernos freudianos para ver que eran la consecuencia de algunos traumas internos.
El trauma de los traumas lo señaló Joan Herrera: les faltó relato, casi nada. Para construir el relato hay que saber narrar qué sucede, exponer causas complejas, admitir contradicciones internas, situar antagonistas y comprender que el lector -el ciudadano- no es un sujeto pasivo. Lidiar con el relato es una tarea ardua y compleja. El relato es cruel porque se puede leer sin apenas intermediarios y establece un campo de juego que nos sitúa en igualdad de condiciones con el poder. Tengan la paciencia de leerse con detenimiento algunos programas electorales y verán como el papel no lo aguanta todo.
Cada votante que sepa leer algo más que un eslogan es, para los políticos, un verdadero peligro en potencia
Una de la conclusiones más relevantes del Congrés de Comunicació Política de Catalunya celebrado durante el mes de enero fue que los candidatos tratasen pocos temas y que los repitiesen muchas veces. Otra que los elementos importantes del mensaje político tenían que ser percibidos también como interesantes. Se trataba de un congreso de comunicación, ellos sabrán de su efectividad a la hora de transmitir su mensaje. Lo segundo me parece una perogrullada pero lo primero confunde la política con la propaganda, que no está mal para los que afirman -cito- "que los políticos deben utilizar los mismos criterios que los periodistas emplean para seleccionar y elaborar sus informaciones". Si el relato se caricaturiza para poder repetirlo mil veces lo que tenemos ya no es un relato, es un eslogan.
Cyril Connolly es uno de los mejores críticos literarios del siglo XX. En uno de los capítulos del que quizás sea su libro más citado, Enemigos de la promesa, advierte a los escritores que quieren acercarse a la política sobre los peligros que acechan entre bastidores. Puesto que no es su negociado, no dice nada de los políticos que se acercan a la literatura -al relato- pero lo que es cierto es que ahí los riesgos se multiplican. "Cada admirador es un enemigo en potencia", advierte Connolly a los escritores. Debería haber dicho cada lector, como nosotros podríamos decir que lo es cada votante que sepa leer algo más que un eslogan.
Hay ideas que caen por su propio peso porque no llegan a relato, que se lleva muy mal con la falsedad: desde el cuento de la ligera desaceleración hasta los brotes verdes; desde las armas de destrucción masiva hasta las dos vías de investigación. El intento de explicar por qué el PSC vota en el Parlament que sí y en el Congreso que no ha creado problemas insolubles a los guionistas del melodrama. El relato de los recortes puede ser el más interesante. Aceptado con aquello de que quien no tiene nada más con su marido se acuesta, tiene un recorrido peculiar. La única manera que tiene el Gobierno de Mas de mantener la tensión de la exigencia es reflejando esa misma imagen, el estoicismo empieza con uno mismo. Aquí no se va a perdonar nada a nadie.
Dice Connolly que los escritores crean un mundo propio en el que los lectores se enorgullecen de vivir. Un escritor inferior podrá atraerlos momentáneamente, pero luego se marcharán. Es lo que tiene comprometerse con el relato, que hay que situarse a su altura. En cuanto bajas la guardia, te ridiculiza.
Francesc Serés es escritor.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.