"¿El cartel? Una tontería, la verdad"
Con 19 años y 200 euros en el bolsillo, Alejandro España (Alzira, Valencia, 1992) decidió que ya era hora de recorrer el país. "Estábamos mal de pasta", relata. "Mi hermano me dijo que se iba de casa, mi madre se había marchado a vivir a Galicia con su novio y mi padre no estaba". Cogió un tren con esa intención, recorrer España, aunque sus planes, recuerda, cambiaron poco después de tomar asiento en el convoy. Entonces ignoraba que sus dotes de escalada urbana le llevarían a protagonizar uno de los momentos de mayor carga simbólica del Movimiento 15-M. Un fotógrafo aficionado captó la escena. Alejandro, puro equilibrio, trepa la fachada de un edificio de la plaza del Ayuntamiento de Valencia. Cientos de indignados le jalean, le hacen fotos, uno le entrega un letrero y Alejandro tapa con él el de la plaza. El nuevo cartel, el de los indignados, el que Alejandro blande ante la mirada escondida del oficinista de la ventana, reza: plaza del Quince de Mayo. Así era, el Movimiento 15-M se consolidaba a dos días de las elecciones autonómicas y municipales de mayo.
"Me queman los dos partidos", dice de PP y PSOE. "Solo hablan de sí mismos"
"Lo del cartel es una tontería, la verdad", explicaba Alejandro mes y medio después. "Yo no fui el único que colgué uno". De pelo algo enmarañado y gestos tímidos, Alejandro apenas da importancia a todo aquello. Solo espera que la protesta continúe, que la gente no se canse de salir a la calle. "El principal problema es ese", reflexiona. Lo que tiene claro, cosa que comparte con su padre, es que "si los partidos se meten, todo se irá al traste".
Habla de política con soltura, de reformas educativas y de cierto descreimiento en torno al 15-M, de los que han criticado la indefinición de los indignados o las acampadas enquistadas en las plazas de las ciudades. "Me queman los dos partidos", asume en referencia a PP y PSOE. "Solo saben repetir sus siglas. Les preguntas algo y te hablan del partido, nada de su opinión personal". "Me da miedo pensar que no se consigan cosas", reconoce. "Si no quieren oírnos, da igual, está claro. No podemos estar movilizándonos todo el año, la gente se cansa", sostiene. "Hay muchos que opinan y critican, pero que luego no hacen nada. Es una cuestión de educación", argumenta, "asignaturas como Filosofía o Ética deberían gozar de más tiempo en el colegio".
La vuelta a España se truncó por pura curiosidad. Cuando cogió el tren, Alejandro conoció a un chico que conocía a otros chicos que manejaban una pequeña granja en la montaña de Alcoi y no pudo evitar ir a echar un vistazo. "Me lo pasé en grande", recuerda, "había una lavadora que funcionaba a pedaladas de bicicleta y un horno de pan que dependía de placas solares. Paseaba a los animales, calentaba agua en un caldero...", la vida en verde. Alejandro recuerda que allí pasó los últimos días antes de bajar a las protestas de Valencia. "Mi hermano me avisó de las manifestaciones y bajé sin pensarlo". A partir de ahí todo es historia: el cartel, las entrevistas, las cadenas humanas en el Ayuntamiento, las asambleas, las comisiones de trabajo, los consensos, las discusiones eternas... Alejandro se alejó poco a poco del 15-M "por salud". "Me quería quitar un poco de primera línea", explica. "Se volvió todo un poco raro".
Ahora se dedica al jügger, un deporte de origen alemán al que regala tiempo y sinapsis. "Se juega en un campo de fútbol 7", explica. "La misión de tus noqueadores consiste en proteger a tus corredores para que marquen tantos. Hay seis árbitros y dos partes de 100 intervalos cada una", concluye. Lo suyo es la avanzadilla, lo que aún no hace nadie, el desafío, trabajar por lo que aprecia en cada momento con decisión. Cuando era pequeño, más pequeño, montó una asociación en Alzira que organizaba charlas "históricas", acudió al instituto para tratar de acabar el Bachillerato, cosa imposible por falta de liquidez, y leyó a Kant y a Huxley. Además, si el jügger lo permite, visitará Inglaterra con su padre, que trabaja de camionero y ha vuelto hace poco al pueblo. Si puede buscará la tumba de J. R. R. Tolkien y rastreará la huella de Radiohead. Le encanta Paranoid android, esa canción del grupo de Thom Yorke que dice God loves his children, yeah!
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