En un país multicolor
Suena a tópico manifestar el carácter plural de la sociedad vasca si no fuera porque la realidad política lo confirma. No sólo plural, sino voluble hasta el capricho, porque el reparto de la tarta del poder no puede ser más peculiar: Gobierno para uno, y cada una de las Diputaciones para otros tres. Por lo cual, o funciona el entendimiento o nos vamos todos, en estos tiempos de crisis económica donde el dinero no engrasa los desajustes, al garete. Lo más seguro es que nos vayamos al garete.
Otra cuestión que aparece en la Euskadi multicolor que nos ha pintado las últimas elecciones locales es la gran pérdida de poder que han padecido el PNV y el PSE, coincidiendo ambos con los partidos que más benevolentes posturas han tenido con Bildu. Fenómeno nada nuevo, que ya se descubriera en las primeras elecciones tras el proceso de paz en el Ulster, donde los partidos pacíficos que más lo apoyaron fueron los más perjudicados. Y así, aquí, si el PSE se ha visto reducido a la cuarta fuerza en muchas partes, el PNV ha sido barrido de Gipuzkoa y Álava. Eso si, el hecho de país multicolor no esconde el gran avance del nacionalismo gracias a la legalización de Bildu, el más beneficiado por todas las últimas decisiones. En crisis casi terminal queda Ezker Batua (EB), tras el escándalo en Álava, y muy perjudicado Aralar, pues ellos, a diferencia de Bildu, rompieron con ETA para dedicarse a la política.
Para acabar, algo preocupante. Existe por parte del nacionalismo, y el PSE parece consentirlo, una evidente voluntad de que no miremos atrás, que nos ilusionemos cara al futuro sin darnos cuenta que el pasado de los muertos, como dice Marx, pesa como una losa sobre el presente de los vivos. Es decir, el nacionalismo quiere que el pasado se obvie para que no condicione. Cosa imposible, porque lo hará siempre en función de las decisiones que se adopten: para un lado u otro. A la vez, cuando se empezaba a plantear honrar a las víctimas del terrorismo el nacionalismo moderado desde la ponencia parlamentaria pide se tengan presentes a las de los abusos policiales, como para compensar, como si estas hubieran tenido mensaje político, como lo tuvo las del terrorismo, cuya muerte siempre fue acompañada de una apología de su necesidad.
No sé si tanto ir a visitar monumentos a la memoria ha servido para algo. Que los victimarios sufren es algo que no se nos tiene que pregonar, y que han existido víctimas de abusos policiales también, pero nada tienen que ver con el terrorismo. Confundirlas o contraponerlas, en la búsqueda del triunfo del olvido del pasado, haciendo creer que todos tenemos razones para olvidar, no es convincente, y será el primer paso para justificar el terrorismo.
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