Razones para suicidarse dos veces
El fútbol es la parte predecible de nuestra vida. No estamos seguros de encontrar tiempo para ir al dentista o al supermercado pero sabemos con estratégica anticipación dónde veremos la final de la Champions.
Cuando no hay partidos, hablamos de fútbol, o al menos de fichajes de desmesura. En el verano la acción disminuye en las canchas, pero siempre se puede discutir algún desfalco en la FIFA, la sospechosa juerga de una selección o el clembuterol en la orina de ciertos jugadores. No son temas épicos, pero permiten seguir hablando.
En su Diccionario clínico del alma, el neuropsiquiatra Jesús Ramírez-Bermúdez analiza historias clínicas con un pulso narrativo cercano al de Oliver Sacks. Ahí refiere el caso de D. H., joven vendedor inglés atropellado por un coche. En la caída, su cabeza golpeó con fuerza contra el pavimento. No hubo fractura, pero le quedó una lesión que se volvería progresivamente extraña. El mundo le pareció no solo distinto, sino sospechoso.
El Barcelona-Real Madrid siempre estará cargado de tensión y nunca sabremos si fue mejor Pelé o Maradona
D. H. sabía, como cualquiera de nosotros, que el destino es caprichoso y llueve cuando olvidaste el paraguas. Para sobreponerse a las veleidades del mundo encontraba alivio en el fútbol, apasionada forma de la reiteración: el Barcelona-Real Madrid siempre estará cargado de tensión y nunca sabremos quién fue mejor, Pelé o Maradona.
A los pocos días de su accidente, D. H. advirtió que su esposa, las casas de su barrio y las noticias habían cambiado. Concluía el verano de 2004 y George Bush decía cosas cada vez más raras. ¿Cómo recuperar la confianza en el universo?
El paciente inglés actuó con una determinación que trasciende culturas y hermana al forofo español, al tifoso italiano, al hincha argentino y al aficionado mexicano: quiso saber la verdad, es decir, buscó los resultados del fútbol. Entonces se topó con noticias aún más extravagantes: Grecia había ganado la Copa de Europa y Australia se había clasificado para el Mundial. La realidad se había vuelto ilógica. Transcribo un fragmento de su desesperado testimonio: "Siempre pensé que lo único sincero de la televisión eran los programas de fútbol... Ahora veo en los noticieros información cada vez más absurda. ¿Grecia es el campeón de Europa? ¿Australia en la Copa del Mundo? ¡Por Dios, es lo más inverosímil que he visto! Por eso traté de suicidarme dos veces. Traté de ahorcarme en el baño de mi casa. Pero las dos veces falló el intento".
D. H. padecía el síndrome de Cotard, llamado así por el médico francés Jules Cotard, que en el siglo XIX descubrió el "delirio de las negaciones". Para el enfermo todo se vuelve incierto; niega su nombre, su cuerpo, sus emociones, el entorno que lo rodea. D. H. solo contaba con una certeza: el fútbol. Pero Grecia era campeona. Al no poder suicidarse, pensó que su castigo era la eternidad, un infierno donde el olvido y la muerte habían desaparecido. Curiosamente, lo que más le afectó no fue su distorsión del mundo, sino el efecto de dos datos auténticos. Inmerso en la sinrazón, estuvo a punto de morir de realidad.
El fútbol es la parte predecible de nuestra vida. Esto significa que sabemos dónde veremos la final de la Champions, pero no adónde nos va a llevar el resultado.
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