Raíces del futuro literario
A finales de los sesenta, el escritor nómada Gregor von Rezzori sentó cabeza y se instaló en Italia. Hasta su muerte en 1998 vivió en Santa Maddalena, su legendaria torre en la Toscana. Su viuda, la formidable Beatrice Monti della Corte, mantiene abierta la casa y fresca su memoria. Escritores de todo el mundo aceptan su invitación para trabajar aquí: de Chatwin -gran amigo de la familia- a Pamuk, de Esterházy a Ondaatje, de Banville a Héctor Abad o Anita Desai. Monti sabe que la vieja idea de literaturas nacionales estancas se ha vuelto heterogénea y flexible: más que un laboratorio de cócteles culturales, la Fundación Santa Maddalena es un mapamundi literario en miniatura. Todos los veranos se falla aquí el Premio Von Rezzori al mejor libro traducido al italiano. La dotación no es desorbitada ni se gasta en marketing más de lo necesario. Pero tiene jurados y asesores como Edmund White, Colm Tóibín o Alberto Manguel, y la "lista corta" de finalistas es uno de los pocos radares fiables de calidad en el mundillo literario globalizado. Este año los cinco rondaban los cuarenta y formaban un buen muestrario de esa nueva literatura mestiza: la francesa Marie Ndiaye, el filipino Miguel Syjuco, el inglés David Mitchell, el norteamericano Wells Tower. Ganó el bosnio Aleksandar Hemon. Todos comparten asuntos: el desarraigo y el choque cultural del emigrado, las vueltas en torno a la identidad como núcleo de la escritura, la tradición literaria ampliada, la tensión entre raíces propias e influencias lejanas al sentarse a trabajar. El propio Von Rezzori, un mitteleuropeo en el caleidoscopio étnico de los Balcanes de entreguerras, escribió en alemán y probó el inglés. Ensayó una escritura apátrida para un mundo híbrido. El viejo dúo América-Europa se ha ampliado desde entonces, y lo recuerdan estos finalistas: representan la ficción "contaminada" de un mundo más ancho. África, India, China o Latinoamérica vuelven provinciano cualquier debate cultural que no tenga en cuenta sus voces.
"Me interesa la mezcla, el idioma sin peajes ni controles de aduana", afirma Aleksandar Hemon
Marie Ndiaye matiza la etiqueta "multicultural". "Ésa es la lectura fácil, perezosa"
Hemon nació en Sarajevo. La guerra le sorprendió en Chicago, y allí tuvo que quedarse. Como Nabokov o Brodsky, ha escrito en su lengua adoptiva una novela intensa y ambiciosa, El proyecto Lázaro (Duomo). Su narrador revisita los Balcanes con los ojos de quien ha viajado lejos y vuelve con otra mirada. Lo explica bajo los grandes tilos que plantó Von Rezzori en el jardín, junto a la pequeña pirámide que lo recuerda: "Cuando leía a mi exmujer americana mis manuscritos en inglés, solía ponerme pegas gramaticales: 'Nosotros no decimos eso'. Yo le contestaba: 'Bueno, a partir de ahora sí lo decimos'. He aprendido en carne propia que las culturas son permeables y ya no vale ese 'nosotros'. Hace tiempo que dejaron de existir las literaturas nacionales. Me interesa la mezcla, el idioma sin peajes ni controles de aduana. No creo en el cliché clásico de tantos escritores: eso de que 'mi patria es mi lengua'. No me gusta la palabra patria (homeland). Prefiero hometown, ciudad natal: yo siento que pertenezco a un lugar mediante experiencias concretas. Evito los grandes ideales abstractos". Miguel Syjuco comparte experiencias con Hemon. Su primera novela, Ilustrado (Tusquets), ganó el Asian Booker Prize. Reconstruye la historia turbulenta de Filipinas y su esquizofrenia cultural a partir de la biografía imaginaria de un fracasado escritor nacional. "Los emigrantes filipinos son el elefante en la habitación de Occidente, la presencia importante pero invisible: gente que rehace sus vidas lejos de casa, y sobre cuyas raíces nadie pregunta. Esta ignorancia cómoda acaba llevando al rebrote xenófobo en Europa". Pero Syjuco evita la escritura confesional o pedagógica: "La historia de Filipinas es intrincada y traumática. El español y el inglés conviven con 82 idiomas nativos. Mi nombre es español, escribo en inglés, vivo en Canadá. Doy cuenta de esa diversidad. Más que un manual de historia abreviada, quería entender quién y cómo escribe esa Historia". Marie Ndiaye matiza la etiqueta "multicultural" que se pega a sus libros: "Ésa es la lectura fácil, perezosa. Nunca viví con mi padre, y viajé a África por primera vez ya de adulta. El mestizaje, en todo caso, es el de mis lecturas: no más que el de cualquier otro escritor curioso". De origen senegalés, nacida y formada en Francia, empezó a publicar en la prestigiosa Minuit antes de los veinticinco. Su último libro, Tres mujeres fuertes (Acantilado), ganó el Goncourt. Tras veinte años de premios y el reconocimiento como una de las escritoras más interesantes de Europa, éste será, sorprendentemente, el primero traducido al inglés. Para Ndiaye, "un escritor suele ser también un lector omnívoro". Un libro reciente le ayudó a contar la historia de una de sus mujeres poderosas: "Gracias a Bilal, del excelente periodista Fabricio Gatti, conocí mejor los horrores de las pateras y los campamentos clandestinos en el desierto". Le interesa, como a Syjuco la experiencia de la emigración: "Mi libro trata el viaje de ida y vuelta de muchos africanos hacia Europa. Pero mis personajes podrían ser europeos del Este, o latinoamericanos. Los riesgos y la abnegación silenciosa conviven con las flaquezas que, por supuesto, comparten con cualquier ser humano. No se trata de idealizar sino de reflexionar sobre esa experiencia". Las culturas sordas y ciegas, el paternalismo disfrazado de tolerancia multicultural, el chovinismo (o peor, la pura ignorancia) y el miedo al Otro interesan también a David Mitchell, uno de los escritores ingleses más exitosos de su generación. Vive en Irlanda tras ocho años trabajando en Japón, donde se casó. Los mil otoños de Jacob de Zoet (que publicará Duomo) propone el Japón del periodo Edo como metáfora sobre la tentación del aislamiento cultural: "A principios del XIX, Japón intentó cerrarse al 'contagio' con Occidente. Su aislacionismo fue cómicamente literal: construyó una isla artificial, Dejima, como único contacto con el mundo. Paradójicamente, aquello convivía con un imperialismo que acabó en desastre. Suena familiar. La escritura abre vías de agua en esas islas artificiales, pero ella misma necesita resistir a la tentación del aislamiento". Mitchell se preocupa por el autismo de la tradición literaria anglosajona: "Necesita traducir más, leer autores inesperados, dejar de mirarse el ombligo". El estadounidense Wells Tower nació en realidad en Canadá, y coincide con Hemon al revisar la versión dulzona del sueño americano. Los cuentos de Todo quemado, todo arrasado (Seix Barral) inyectan ternura cruda e irónica en el realismo sucio: "Me llevó siete años escribirlos. Hablo de personajes confundidos, desarraigados, del punto de inflexión en sus vidas: el momento delicado del cambio y la decisión necesaria". A Edmund White, jurado de este año, le gustan sus cuentos porque "no caen en un freudismo fácil. Recuerdan que hay muchas Américas en América; es un país complejo y torturado aunque aparente lo contrario. El surrealismo no cuajó allá porque en América el au-delà de los surrealistas, el más allá que buscaban en otras culturas, es la propia cultura".
En el fondo, todos contestaban a su modo la pregunta que titulaba la conferencia con que Zadie Smith abrió la semana de actos previos al premio: ¿Por qué escribir? Aleteó sobre las charlas de los finalistas y otros invitados como Colm Tóibín o White. Y se escucharon más dudas que certezas ante la sensación de irrelevancia de un gremio que se pregunta por su fecha de caducidad. "Como cualquier escritor razonable", dice Smith, "a menudo me siento absurda e inútil en estos tiempos. Ni siquiera los más exitosos pueden esperar una posición de autoridad real en nuestra cultura. Ya no. Hoy vales tanto como la página que estás escribiendo o la página tuya que alguien está leyendo". ¿Por qué escribir, entonces? Smith, como Hemon, desconfía de los grandes discursos y recupera como opción política el interés por lo concreto, los gestos pequeños, casi táctiles, del oficio: "Precisamente para rematar esa frase, para acabar esa página. ¿Preocuparse por las palabras es una complacencia estética, tocar la lira mientras arde Roma? Nunca entendí ese argumento. Qué otra cosa tiene un escritor. Pedirle que deje de cuidar su escritura es como decirle a un constructor que olvide la calidad de sus ladrillos". En tiempos de lectura diagonal y atención divagante, recordar que vale la pena tomarse tiempo y articular con detenimiento un discurso puede sonar antiguo. Pero quizá un escritor sirve para recordar que lo que hoy suena absurdo o anticuado suele ser lo más pertinente para la siguiente generación, incluso desde el punto de vista político. Le cito el verso famoso del poeta brasileño Mário de Andrade: "Sólo el verso exacto es de utilidad pública". "Estoy de acuerdo. Quizá ha llegado el momento de renunciar al 'nosotros' y al 'ellos' y hablar de tú a tú: 'Tengo esta sensación ¿La tienes tú? Uso así la tecnología. ¿Cómo la usas tú? Ésta es mi relación conmigo misma y con el mundo. ¿Cuál es la tuya? Me pregunto si es posible seguir escribiendo. ¿Te lo preguntas tú?". Syjuco, como Smith, es joven: no llega a los 35, y forma parte de una generación de escritores asiáticos -del malayo Brian Gómez a la indonesia Nukila Amal- que deja atrás el victimismo poscolonial y amargo de la precedente: "Escribo para mirar hacia delante, asumo la confusión y la indefinición como parte de la propia identidad. Una cierta tradición crítica occidental se impacienta ante la literatura que no se puede etiquetar fácilmente: sin embargo, ésa es la escritura que probablemente nos interesa a todos los finalistas de este año". Hemon se describe por su parte como un escritor del tipo "complicador compulsivo" que intenta embrollar los tópicos interculturales: "Empecé una nueva vida en América, y eso es a la vez un lastre y un privilegio: te da una perspectiva doble. Al escribir intento mostrar las grietas en el mito americano del crisol de culturas. Cotejar la tradición europea, pesimista o escéptica, con el optimismo y el voluntarismo americanos. Digo cotejar, no enfrentar. Aunque no le guste a los totalitarismos, las culturas son porosas y no dejan de mezclarse". Marie Ndiaye también ensaya su respuesta a Zadie Smith: "¿Por qué escribir? ¿Qué es un escritor? Es la pregunta más temible, la que nunca se agota. ¿Por qué nos levantamos todos los días? La escritura da forma y sentido a mis días. Yo también, como Zadie, desconfío de una idea romántica de lo literario. No acabo de compartir la fe anglosajona y utilitaria por los cursos de escritura creativa, pero tengo aún más horror del escritor que se convierte en figura pública, que proclama grandes ideales y olvida la condición artesanal, lenta y medida, de su oficio". La escritora Elsa Estancanelli insistía en esto al entrevistarla en público en Florencia: "Cuando Marie Ndiaye se mudó a Alemania en protesta contra Sarkozy, hubo polémica. Muchos la consideraron como escritora-símbolo del compromiso político. Yo creo que es mucho más que eso: creo que es una grandísima escritora". El gusto de Wells Tower por la palabra justa y la imagen precisa también tiene que ver con lo que dice Zadie Smith: "Siempre recuerdo la frase de Cortázar: una novela puede ganar a los puntos. Un cuento sólo puede vencer por KO". Y a propósito de todo esto, Mitchell recuerda El bosque del cisne negro (Tropismos), su libro autobiográfico sobre un personaje que lucha contra su tartamudeo: "Me siguen interesando los tartamudeos culturales: la dificultad para comunicarse entre lugares lejanos o enfrentados, lo que se pierde en la traducción al transmitir el mensaje".
El premio se falla, el almuerzo se celebra, los invitados se van, y la casa de Von Rezzori recapitula tras una semana agitada. Algún libro dedicado se ha añadido a su biblioteca, alguna firma a su libro de visitas. Y uno, que venía a la casa para escribir y leer, va entendiendo que está siendo leído y escrito por la propia casa. Alguna voz más resuena en sus habitaciones, y de la suma de todas resulta un nuevo mapa de escrituras del mundo. No está tan mal acabar convertido en pequeño accidente del atlas literario de Santa Maddalena.
El Premio Gregor von Rezzori se falló el pasado 17 de junio en Florencia. www.premiovonrezzori.org.Javier Montes (Madrid, 1976) ha publicado recientemente Segunda parte (Pre-Textos).
'¿Por qué escribir?'
La casa de Beatrice Monti es un autorretrato: llena de recuerdos, alérgica a la nostalgia. Vivaz y hasta vigorizante, porque muchos bloqueos famosos han acabado aquí gracias a una cura de calma y trabajo, buenas lecturas y mejor conversación. Zadie Smith superó aquí la parálisis tras el éxito de Dientes blancos (Salamandra y Quinteto): "Vine por primera vez hace diez años. Acabo de reencontrar aquí el borrador de una carta de fan que envié a Foster Wallace, y no me he reconocido. ¿Por qué escribir? Para recuperar una idea de 'identidad' menos altisonante que la habitual: no representa naciones o ideologías, apenas a sí misma. Para descubrir si hay continuidad entre quien decía 'yo' a los cinco años y quien lo dice a los 35 o los 53. Escribimos porque no estamos seguros de saber quiénes somos".
No tiene pretensiones sobre un oficio que iguala al de carpintero: "Veámonos como fabricantes de sillas. Mucha gente sabe armarlas: entienden los principios básicos del sentarse. Pero no todas serán buenas o cómodas o duraderas. Ahora que todos somos escritores y todos 'publicamos', justificaremos nuestra existencia sólo mediante nuestra habilidad, claridad y ambición; sólo si conseguimos recordar las verdaderas posibilidades del lenguaje".
La comparación viene al pelo aquí en Santa Maddalena, una casa que no escatima asientos. Por todas partes hay escabeles, taburetes, divanes, tumbonas, bancos de obra. Su dueña sabe que el arte de amueblar una casa es sobre todo el de colocar bien las sillas: el de favorecer las tertulias y facilitar las conversaciones improvisadas. Aquí siempre hay a mano un rincón para sentarse y alargar la charla.
Y se eterniza con Edmund White, un conversador estupendo, sobre los temas de estos días: "España fue mi primer viaje europeo, en los sesenta. Pertenezco, seguramente, a la última generación de americanos fascinados con una idea novelesca de Europa". Biógrafo de Proust y de Genet, White vivió en París y vuelve a menudo. Fue amigo de Susan Sontag y quizá sea ya el último escritor americano que sirve de puente entre ambos mundos literarios. "Me interesan las formas modernas de aquella situación internacional de Henry James: los malentendidos transatlánticos siguen siendo novelescos". Lo dice un grandísimo escritor que trató el tema en libros como El hombre casado y es buen ejemplo de esos desencuentros: es uno de los autores vivos en inglés más importantes, y sus libros ya están en la colección Penguin Classics. En español, por desgracia, su fortuna editorial ha sido errática. "Cincuenta años después, sé que 'Europa' no es una cultura unitaria salvo para algunos americanos. Lo que la separa es tanto como lo que la une. Los finalistas de este año prueban que hay muchas formas de sacudirse clichés".
Colm Tóibín coincide con White. Vive a caballo entre ambos mundos y en América consolidó su éxito: "Sin embargo, la situación es ahora más compleja. El viejo eje América-Europa ya no lo abarca todo, y es irrelevante un debate literario ceñido al norte del Atlántico". ¿Por qué escribir? "Precisamente para aumentar la comprensión. Es falso que la nueva comunicación instantánea vuelva obsoletas las diferencias culturales". Tóibín viajó muy joven a Cataluña y sigue haciéndolo a menudo. El último cuento de su último libro, La familia vacía, cuenta la soledad de dos emigrantes paquistaníes en la Barcelona actual: "La desconexión cultural crece a la par que la movilidad de las personas. La escritura que busca voces propias y nuevos puntos de vista sobre esto sigue siendo necesaria. Quizá más que nunca".
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