La vida por delante
Hay películas que someten al espectador a auténticas pruebas del fuego, testando su capacidad de encaje ante lo cursi y lo directamente grimoso. Este es un buen ejemplo, pero conviene advertir algo antes de que ustedes sigan leyendo: tras la presunta agresión, la película logra el prodigio inaudito de ganarse al espectador para su causa que, finalmente, no tiene nada que ver con la cursilería y sí con la hondura emocional y la reformulación de una mirada humanista.
En el primer tramo de Beginners, un Ewan McGregor deprimido tras una sucesión de dolorosas pérdidas acude, a instancias de sus compañeros de trabajo, a una fiesta disfrazado de Sigmund Freud. Allí, una invitada (Mélanie Laurent) se interesa por él, pero, por señas, le indica que una infección de garganta le impide hablar. Contemplar la posterior escena de seducción hace pupita, como diría Chiquito de la Calzada: la Laurent despliega toda su gestualidad de mimo parisiense sobre el diván, mientras Freud / McGregor elabora su propia pantomima del psicoanálisis para emerger de su ensimismamiento. Lo mejor que puede decirse del segundo largometraje de Mike Mills es que es capaz de superar una secuencia así, no ya para parecer una obra decente, sino para afirmar su posición en el extremo opuesto de la pose y la impostura.
BEGINNERS
Dirección: Mike Mills.
Intérpretes: Ewan McGregor, Christopher Plummer, Mélanie Laurent, Goran Visnjic.
Género: drama. EE UU, 2010. Duración: 105 minutos.
Formado en el ámbito del diseño gráfico y el vídeo musical, Mike Mills debutó con una irritante celebración de la inmadurez para los tiempos de la patológica cultura de la autoayuda: Thumbsucker (2005). Aquí, tras dedicar un documental al tema de la depresión en la sociedad japonesa -Does your soul have a cold?-, el cineasta parte de una experiencia autobiográfica -la salida del armario de su progenitor a los 75 años- para contar la historia de un renacimiento espiritual cuando todo alrededor parece anunciar el ocaso e invitar a la retirada.
Beginners recurre a los juegos de montaje ingeniosos y maneja con destreza su discontinuidad temporal, pero no tarda uno en reparar en que Mike Mills se atreve a jugar en otra liga muy distinta a la que amparó su debut: su mirada ha madurado, sus personajes ya no se chupan el dedo. Y Christopher Plummer no puede estar mejor en la piel de ese padre que, desde el mismo momento en que su salud da señales de alerta roja, decide vivir esa vida que se había negado.
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