De Pepe a José Antonio
Griñán, el presidente que quiso que le llamaran Pepe sigue llamándose José Antonio. La crisis económica y el millón de parados han hecho muy difícil la cercanía hipocorística, una abreviatura que se usa como designación cariñosa, familiar o eufemística de un nombre. Desde que llegó Griñán a la presidencia de la Junta no han estado los tiempos para muchas familiaridades con los líderes políticos. A pesar de sus deseos, José Antonio Griñán sólo ha logrado ser Pepe para sus compañeros de partido y para algunos informativos de las televisiones públicas, al igual que, en contra de sus deseos, Manuel Chaves era Manolo sólo para aquellos dirigentes que querían fardar de su cercanía.
Es muy difícil que a uno le llamen Pepe cuando accede a un cargo institucional en medio de una crisis económica. Pepe es un nombre de andar por casa, no de andar por la presidencia de un Gobierno donde un día sí y el otro también tiene que hablar de medidas para paliar la sangría del paro. Bono, por ejemplo, dejó de ser Pepe cuando le hicieron presidente del Congreso de los Diputados. Y algo parecido le sucedió a Pepe Blanco. Fue nombrarlo ministro de Fomento y se convirtió en José. Griñán, que se había llamado José Antonio en sus etapas de consejero de Salud, ministro de Sanidad, ministro de Trabajo y en su vuelta a la Consejería de Economía y Hacienda, eligió muy mal momento para llamarse Pepe. De ahí, que los resultados hayan sido más bien discretos.
El día que Griñán descubrió que era mejor seguir llamándose José Antonio que intentar convencer a los ciudadanos de que le llamaran Pepe fue el pasado 22 de mayo. Ocurrió durante el recuento de votos de las elecciones municipales, ya que el resultado de las urnas iba diluyendo la cercanía del PSOE y sus líderes con sus votantes de toda la vida. Y con ello iba desapareciendo, esa designación cariñosa de muchos ciudadanos hacia los dirigentes socialistas, a los que cada vez intuían más lejos. El asunto les parecerá baladí, pero el descubrimiento de la importancia de volver a llamarse José Antonio le permitió a Griñán comparecer en el debate sobre el estado de la comunidad como una persona nueva.
Acudió al último examen parlamentario de esta legislatura como si fuera su primer debate de investidura y desgranó una treintena de propuestas que afectan al empleo, al funcionamiento de la Administración, a la transparencia política y a la protección social. Es una lástima que en vez de cuatro años para ejecutarlas, sólo disponga de nueve meses. Como es también una lástima que las medidas, algunas de ellas bastante interesantes, no se le hubiera ocurrido antes. Con todo, las más genéricas son interesantes de pura obviedad. Evitar el fraude social no es una medida, es un imperativo legal de cualquier gobierno. Como debería entrar en el terreno de las cosas de cajón que los parlamentarios no puedan cobrar por varios empleos a la vez. Tan de cajón como que no haya pensiones para los expresidentes, sobre todo si los expresidentes siguen teniendo trabajo. Con todo, me parecen un acierto de puro sentido común.
Al igual que para que a uno lo llamen Pepe debe llamarse José, para hacer un discurso hay que tener el discurso. Y ese fue el otro gran descubrimiento del debate sobre el estado de la comunidad. El Gobierno andaluz, con un presidente que parecía noqueado tras el varapalo electoral de las municipales, apareció con un listado de propuestas y un puñado de iniciativas para tomar oxígeno en la recta final de un mandato que olía a fin de ciclo. Y lo más sorprendente fue que el líder del PP, que acudió al debate con la mayor victoria electoral cosechada nunca en Andalucía, con un millón de personas sin empleos que echarle sobre las espaldas a Griñán y con el azote del escándalo de los ERE fraudulentos, no salió a hombros del Parlamento. Las cosas de llamarse Javier.
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