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Crítica:Festival Chico-Trópico
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Psicodelia, baile, desmadre

Ejercer la modernidad se hace a ratos fatigoso. Incluye ejercicios como personarse en el Chico-Trópico de la Casa de América, un festival desmadrado, y no solo en su concepto. También en la materialización: la jornada de anoche estaba programada a las 20.30 horas con tres nombres en el cartel, pero comenzó sesenta minutos más tarde con un cuarto personaje no anunciado en ningún sitio. El espontáneo resultó ser el bonaerense Pedro Buschi, alias Pipo el Sucio, caracterizado con pasamontañas de diablo y un vestido femenino horripilante. Pipo pulsa el play de su portátil y adereza las bases pregrabadas con guitarrazos psicodélicos y una voz más monótona que la de Olvido Gara. En cuanto a las letras, incluyen hallazgos poéticos como "Si decís cosas sin sentido / esta noche hace frío". Vale.

Buschi se somete a una calorina innecesaria con ese atuendo que le confiere cierto aspecto de chico Anonymous. Con lo pesados que son y la poquita gracia que tienen. Pero las emociones fuertes llegarían de seguido con el guatemalteco Rigo Pex, un barbudo muy bailongo que se hace llamar Meneo. Y que desveló sus cartas de entrada: "Es la primera vez que toco antes de meterme una raya".

Meneo es un artista chistoso, alocado, frenético. Espídico. Tan pasado de vueltas que solo caben dos opciones: enloquecer o salir huyendo. Hubo quien brincó hasta descoyuntarse, pero, si no se asimilan estos parámetros de reggaetón electropunk, el oyente (o víctima) puede sentirse un perfecto marciano. Tal vez jupiterino. Rigo dispara sus ritmos con un par de game boys: alabemos la destreza de sus pulgares. Con ellos genera ritmos envenenados que acompaña con bailes epilépticos o juegos para el público, como si se tratase de un animador de cumpleaños infantiles. Por lo demás, influido a buen seguro por la fase anal freudiana, se pasó el concierto reflexionando sobre "los conflictos entre la nalga derecha y la nalga izquierda", las bondades del género "electronalga" o su habilidad para "recoger basura con las nalgas". Qué grande, Sigmund.

En esa tesitura, la aparición de Chicha Libre, seis músicos con sus respectivos instrumentos (acústicos o eléctricos; de cuerda, fuelle o percusión), pareció casi una excentricidad. Son muchísimo menos modernos, claro, estos señores de Brooklyn con orígenes venezolanos, mexicanos o franceses, pero se agradecía el cambio de tercio. Lo suyo es cumbia peruana con una pátina de surf y psicodelia y un acordeón que suena a órgano Farfisa. Es decir, algo bastante más interesante que la musiquita de los videojuegos.

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