Síndrome de Poncio Pilatos
Programar a gusto de todos es una tarea quimérica e imposible. A José Manuel Garrido Guzmán (que venía de una larga experiencia en la Administración central como director general del Inaem primero y subsecretario de Cultura después) algunos se la tenían jurada y otros le agradecían su gestión. El caso es que el Teatro de Madrid, campeando recortes y otros vendavales, se ha mantenido bajo su dirección como único coliseo de la capital del Estado dedicado íntegramente a la danza.
Con respecto a los teatros, las Administraciones públicas madrileñas dependientes del Partido Popular juegan al síndrome del PP (o de Poncio Pilatos). Sucedió con el teatro Albéniz y ahora con el de La Vaguada. ¿Habrá que repetir que nunca un teatro está de más? La apertura de uno es fiesta cívica; el cierre de otro, un luto para la cultura, pero sobre todo una mancha moral a quienes lo permiten. Hay países vecinos a quienes imitamos a pies juntillas en otras cosas donde está legislada la prohibición de cerrar teatros.
El Teatro de Madrid ha sido un necesario oasis de consolación para la danza española ya sea moderna, tradicional, clásica o urbana; la oferta fue irregular pero hubo momentos gloriosos y temporadas honrosas. El caso es que deja un vacío: nada lo sustituye. Nadie lo ha previsto; sencillamente, se pierde un foro de presentación que hoy resultaba básico. No me valen las estadísticas (tan fáciles de amoldar) que hablan de porcentajes de crecientes espectadores o de oferta espectacular contra butacas disponibles. Eso es otro pp: pura pirotecnia. Lavarse las manos es, además de una buena medida de higiene, un gesto teatral (que se lo digan a Shakespeare) relativo a la supervivencia del Teatro de Madrid, un insulto a la inteligencia y una bofetada a los amantes de la danza.
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