¿Paso franco al PPC?
Definitivamente, y como diría un castizo, al Partido Popular catalán le ha venido Dios a ver. Ni siquiera ese extraño baile de ocho a nueve y otra vez a ocho concejales por Barcelona que ha suscitado en los últimos días el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña puede empañar la marcha triunfal que, partiendo del 28-N y tomando más ímpetu el pasado 22-M, han emprendido las huestes de la señora Sánchez-Camacho. ¿Habrá conseguido ésta lo que no lograron sus 13 predecesores en el liderazgo desde 1977, romper el maleficio de la sigla?
Subrayemos ante todo que la marginalidad institucional del PPC tenía mucho de anomalía. Después de haber gobernado España durante ocho años, y habiendo alcanzado en Cataluña registros de hasta el 22,7% de los votos, no era normal que sus plazas fuertes municipales hubieran sido Sant Andreu de Llavaneres o Pontons; tampoco lo era que, en 2007, casi 300.000 votos le hubieran valido apenas siete pequeñas alcaldías cuando -por ejemplo- Esquerra Republicana, con sólo 50.000 sufragios de ventaja, lograba 20 veces más. Las políticas de aislamiento, explicables en términos históricos, resultaban cada vez menos comprensibles para unas franjas electorales que ya no saben quién fue Fraga -apenas quién es Aznar- y en cuyo ambiente socioinformativo los gobiernos autonómicos o locales del PP forman parte de la más absoluta normalidad.
Con vidalquadrismo y arrumacos de Intereconomía, el PPC no conseguirá superar al PSC ni en 100 años en unas generales
Dicho esto, no me parece que sea Convergència i Unió la que ha franqueado al PPC el camino de la centralidad política, sino más bien el PSC-PSOE, y ello por varias razones. La primera, en términos simbólicos y de legitimación, fue -y algunos lo advertimos ya en aquel momento- el acuerdo de investidura y gobernabilidad suscrito hace dos años largos en el País Vasco (el poder autonómico con más carga y visibilidad políticas del Estado) entre los socialistas y el PP local. La segunda ha sido la decisión táctica de la cúpula del PSC, en estas últimas semanas, de empujar a CiU a un pacto -que los maquiavelos de la calle de Nicaragua suponen letal- con la derecha española. Pero la tercera y principal responsabilidad del Partit dels Socialistes en el creciente protagonismo de los populares ha sido la de haberles regalado decenas de miles de votantes.
A estas alturas, pocos dudan de que, si a nivel español el PP barrió el 22-M y arrolla en las encuestas, no es tanto por los grandes méritos de Rajoy como por el hundimiento de Zapatero. Bien, pues análogamente si Xavier García Abiol es alcalde de Badalona, si Alberto Fernández va a ser vicepresidente de la Diputación de Barcelona, la razón de fondo no es un ominoso pacto con CiU, sino el hecho de que, en feudos socialistas tan añejos como Badalona, o Castelldefels, el PP ha conseguido un nítido sorpasso; o que, en el distrito barcelonés de Nou Barris, el PP alcanzó hace un mes el 21% de los votos, mientras que el PSC retrocedía 10 puntos en un mandato. De los distintos diques que habían frenado al PPC, el identitario aguanta bastante bien (véanse Berga, Vic, Olot o Tàrrega); en cambio, el ideológico (el de ¡que viene la derecha!) se ha hundido en muchos puntos. Los socialistas deberían reflexionar sobre eso.
Por su parte, al vértice del PP catalán le toca decidir qué quiere ser de mayor; es decir, muy pronto. Porque, para consolidar el avance ahora iniciado, para ganar por fin la imagen de partido de gestión y perder la de secta doctrinaria, para seguir penetrando en el electorado históricamente socialista, para aparecer en la centralidad, es preciso tener actitudes y discursos centrados. Y, francamente, la visión de Sánchez-Camacho al lado de Francisco Caja en la puerta del Departamento de Educación, el hermanamiento del PPC con el castellanismo fanático y grupuscular, es un paso en la dirección contraria. Así, con revivals vidalquadristas y arrumacos de Intereconomía, el PPC no conseguirá superar al PSC en unas generales ni en 10 años ni en 100.
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
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