Madrid no tiene mar, pero solo eso
Cincuenta millones de personas son mucho dinero, así que si toda esa gente va a venir este verano a España de vacaciones, habrá que arreglarse: nuestro petróleo es el agua del mar y no están los tiempos como para derramar una sola gota. Y aunque Madrid no tiene mar, eso es lo único que no tiene, de modo que también van a venir a visitarnos muchos turistas. Juan Urbano, que siempre busca en los libros de ayer la respuesta a los asuntos de hoy, me dice que atender bien a un huésped es adivinarle la mirada, intuir qué quiere ver, y a continuación me recomienda que lea al modernista Enrique Gómez Carrillo, cuya autobiografía acaba de ser publicada por la editorial Renacimiento.
En diciembre de 1891 llegó a Madrid, efectivamente, el escritor Enrique Gómez Carrillo, famoso por sus libros, su vanidad y sus matrimonios, entre otras, con Raquel Meller y Consuelo Suncín, la futura mujer del autor de El principito, Antoine de Saint-Exupéry. Ninguna le duró mucho, lo cual se entiende cuando él mismo nos cuenta que de su primera esposa, una millonaria peruana llamada Zoila Aurora Cáceres, se separó al encontrarlo ella tomando una copa con su chófer y anunciarle que en cuanto llegara a casa lo despediría, porque no toleraba que alguien fuese al mismo tiempo "su sirviente y el compinche de su marido": el novelista, a quien luego se atribuyó un oscuro romance con Mata-Hari, respondió que si lo echaba, se iría con él, cosa que hizo una hora más tarde.
Tal vez los extranjeros que van a llegar de vacaciones nos miren por encima del hombro
Las obras casi incontables de Gómez Carrillo no han pasado a la historia, pero su vanidad y su arrogancia se han vuelto legendarias, y están bien resumidas en los tres libros de memorias que publicó, El despertar del alma (1918), En plena bohemia (1919) y La miseria de Madrid (1921), que Renacimiento ha reunido en el tomo Treinta años de mi vida y en los que cuenta, respectivamente, su vida en Guatemala, en París, y en la capital de España, que entonces era una ciudad en la que, según relata Gómez Carrillo, un coche que pasaba ante ti llevaba dentro a José Zorrilla; o en la que no era difícil que encontrases en un café a Campoamor y Galdós; o a Unamuno, Emilia Pardo Bazán o Blasco Ibáñez en una librería; o que un amigo te llevara de visita a la casa de José María de Pereda o de Armando Palacio Valdés. Todo ello, sin embargo, le parecía poco a alguien que venía de alternar con Paul Verlaine y Oscar Wilde en París. Vio Madrid como "una de las ciudades menos confortables y con menos carácter del mundo" y no encontró más que a autores mediocres como el poeta Núñez de Arce o el dramaturgo Echegaray, cuya "estulticia" quedaba clara por el modo en que se pavoneaba por las tertulias desacreditando a escritores más grandes que él: "Anatole France es un hombre que escribe con frases cortas... porque tiene ideas cortas también", dice haberle escuchado decir Gómez Carrillo, que por otra parte confiesa haber leído el Quijote "sin lograr descubrir el interés de la obra" y despacha a Galdós y Clarín con tres palabras: "me aburrieron terriblemente".
El Madrid al que ahora van a llegar de vacaciones muchos extranjeros vuelve a ser un lugar menos próspero que París, Londres o Berlín en el que ellos buscarán lo mejor al precio más barato. Tal vez algunos nos miren por encima del hombro como hacía Gómez Carrillo, que en Guatemala había sido íntimo de Rubén Darío y en Francia había tratado a Paul Verlaine y Oscar Wilde, del que, por cierto, cuenta que soñaba con visitar el Museo del Prado para ver la Salomé de Tiziano. Qué le vamos a hacer si la crisis ha golpeado más a los que tenían la guardia más baja. A lo mejor la avalancha de visitantes que está de camino es el primer peldaño hacia arriba de esta escalera al infierno. Vamos a tratarlos bien.
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